
La Toma o Conquista de Barcelona por Almanzor
El 6 de julio del año 985, el ejército cordobés al mando de Abu Amir Muhammad ibn Abi Amir al-Mansur, al que las crónicas romances llaman Almanzor, se apoderó de la ciudad de Barcelona. Realmente, pocos hechos guerreros tienen en la historia de la Península una trascendencia semejante. Pero no nos precipitemos. De las aproximadamente cincuenta campañas que las crónicas musulmanas cuentan en el haber de Almanzor, la número veintitrés, a juicio de E. Lévi-Provençal, fue la que emprendió contra la capital de la Marca Hispánica.
La campaña fue preparada con el máximo cuidado: reunió un ejército muy numeroso y, en lugar de marchar directamente contra la Marca Hispánica, dio un largo rodeo por el sudoeste de la Península, haciendo una demostración de fuerza que pensaba debería ser útil para su prestigio en las regiones de Andalucía oriental y de Levante. Saliendo de Córdoba el 5 de mayo de 985, atravesó sucesivamente las ciudades de Elvira, Baza y Murcia, donde, durante dos semanas, le ofreció hospitalidad fastuosa un rico propietario, que toma a su cargo la manutención de todo el cuerpo expedicionario. Una vez concluida su estancia en Murcia, el célebre caudillo cordobés se dirigió hacia Barcelona a lo largo de toda la costa mediterránea.
El conde de Barcelona Borrell II, teniendo noticias del avance, intentó oponérsele antes de que llegase a sus propios territorios. Pero el intento del conde Borrell resultó vano, ya que fue plenamente derrotado. El día 1 de julio, las tropas cordobesas llegaron a los muros de la ciudad de Barcelona, al mismo tiempo que una escuadra cordobesa fondeaba en el puerto. La gran mayoría de la población del territorio barcelonés y de los lugares más cercanos se refugió precipitadamente en la ciudad, con la esperanza de que sus altas murallas romanas fueran capaces de soportar el empuje sarraceno.
El conde de Barcelona, Girona, Osona y Urgell, Borrell II, en un pergamino de la Genealogía de los Reyes de Aragón y Condes de Barcelona. De hecho, no sabemos prácticamente nada sobre los detalles, que debieron ser innumerables, del asedio; pero la seguridad de los árabes ante la inmediata caída de la ciudad, la desconfianza de los cristianos tanto en recibir ayuda como en poder resistir con sus solas fuerzas y el empuje de las acometidas musulmanas aconsejaron, pasados cuatro días de asedio, que el conde Borrell II y sus más allegados colaboradores intentaran salir de la ciudad.
Ésta quedó, en este instante, bajo el mando del vizconde Udalardo. Dos días más tarde, la ciudad cayó en manos musulmanas.
El saqueo fue extraordinario: la mayoría de los edificios de la ciudad fueron quemados; los habitantes que no murieron en la lucha fueron llevados como cautivos a Córdoba. Entre los cautivos figuraban altos personajes del momento, como Udalardo, vizconde de Barcelona; Arnulfo, archidiácono de la catedral, y otros muchos. Las proporciones del desastre fueron enormes.
Con razón escribió F. Carreras Candi que la entrada del ejército de Almanzor en la ciudad es el hecho más calamitoso que registra la historia de Barcelona. Como escribió un historiador cordobés contemporáneo de los sucesos, “Almanzor destruyó la ciudad y amargó a sus habitantes con la humillación y el dolor”. Por su lado, las fuentes cristianas son unánimes a la hora de reflejar la importancia de la catástrofe. Un documento catalán de principios de 987 dice que “mortui vel capti sunt omnes habitantibus de eadem civitate vel de eiusdem comitatum” (muertos o cautivos son todos los habitantes de aquella ciudad –se refiere a Barcelona– y de aquel condado).
Una expedición tan meticulosamente preparada y con un acopio de fuerzas extraordinariamente importante para su época debía obedecer a unas razones profundas. ¿Cuáles fueron, pues, las razones que pudo tener Almanzor para atacar la ciudad de Barcelona? Si en las expediciones que luego llevará a cabo contra León, Castilla y Navarra se puede ver, como razón, una enemistad antigua o la vulneración de tratados entre los dos países, para el condado de Barcelona todas estas explicaciones no son válidas.
Son proverbiales los lazos de amistad existentes, en la segunda mitad del siglo X, entre la Córdoba califal y los condados pirenaicos. La Marca Hispánica era, en esos instantes, el lugar a partir del cual se transmitía la ciencia árabe, a través de los monasterios, hacia Occidente. No nos parece tampoco convincente que Almanzor fuese guiado por un afán proselitista, puesto que su ejército estaba compuesto en su mayor parte por beréberes e, incluso, cristianos. Ante la falta de razones que podríamos llamar políticas, muchos historiadores han querido ver en esta expedición el carácter de una razia en busca de un inmenso botín. Desde luego, resulta innegable que el ejército del caudillo amirí se llevó del saqueo de la ciudad innumerables cautivos, muchos de los cuales se vendieron como esclavos y, una menor parte, regresó a sus hogares una vez pagado el duro rescate. En fin, se puede ver en la expedición el deseo de obtener fácilmente, gracias al saqueo, las primas necesarias con las que poder contentar a sus soldados.
Decimos que resulta innegable que la expedición de Almazor consiguiese todos estos objetivos de carácter económico, pero parece muy poco verosímil que se montara una expedición tan costosa para obtener unos hipotéticos ingresos. Hay que profundizar más en el mismo carácter del propio Almazor y explicar la expedición contra Barcelona como un deseo de buscar gloria.
En este sentido, cabe destacar las razones que el famoso historiador cordobés Abu Marwan ibn Hayyan (988-1076), autor de una obra titulada Kitab al-Muqtabis ti Ta’ris Richal al-Andalus (“Libro del que desee conocer la historia de Al-Andalus”), expone:
“Pero hacia el fin del reino de los omeyas de Oriente y al principio de los abasíes hubo una época de abatimiento entre los árabes españoles. Aprovecháronse de ella los francos para reconquistar el país que habían perdido; adelantándose hasta Barcelona, reconquistan esta ciudad cerca de doscientos años después de la hégira y pusieron allí un gobernador. Desde entonces formó parte Barcelona de los estados del rey franco, que era entonces Carlomagno. Pero habiéndose introducido más tarde la discordia entre los débiles reyes francos, los señores les disputaron el poder. Arrogábanse los gobernadores la soberanía entre las provincias confiadas a su custodia, y los de Barcelona hicieron otro tanto. Los omeyas de Al-Andalus, al comenzar su imperio, tuvieron por norma llevarse bien con estos príncipes, temerosos de tener que combatir si los atacaban aliados con el rey de Roma; pero Almanzor, habiéndose cerciorado de que los barceloneses estaban enteramente separados del reino de los francos, los atacó violentamente y asoló el país, tomó Barcelona y la destruyó.”
De este párrafo de Ibn Hayyan se pueden deducir dos importantes factores en la historia de los condados catalanes. Primero, la razón directísima que tuvo Almanzor de atacar la ciudad:
“... cerciorado de que los barceloneses estaban... solos...”
Almanzor atacó la única ciudad que no había sido nunca atacada por los anteriores califas y emires de Al-Andalus (véase más detalles). A nuestro modo de ver, ésta es la causa, como ya dedujera hace algún tiempo F. Udina, del ataque de Almanzor a Barcelona. Pero el texto de Ibn Hayyan nos ofrece otra vertiente, como es la de mostrarnos la independencia que de hecho poseía ya el condado de Barcelona frente al reino franco. La toma de Barcelona y la inhibición de los reyes francos decidieron la fortuna de la ciudad.
Es ahora cuando, libres de los ligámenes con Francia y lejos de la dependencia con el califato, el condado de Barcelona empieza a adquirir una conciencia propia de sí mismo como entidad político-cultural. El año de 985 es, sin duda, para Barcelona, como ya apuntara F. Udina, un jalón muchísimo más decisivo que el simbólico del año 1000. Ahora Barcelona iniciará una reconstrucción de todos los órdenes, que vendrá favorecida por el lento despertar del Occidente europeo. El incremento demográfico, tan sensible en el siglo XI, obligará a los ciudadanos de Barcelona a crear numerosos suburbios alrededor de la ciudad amurallada, creando la imagen de la futura ciudad medieval.
Fuente: J. E. R. D.