
Contactos de la India con el Mundo Exterior durante la Antiguedad
Desde tiempos muy antiguos, la India tuvo contactos con el resto del mundo y ejerció una influencia enorme. No sólo por el comercio, sino también en el ámbito espiritual, la India ha contribuido al desarrollo de los países asiáticos por la divulgación masiva del hinduismo y el budismo. En épocas remotas, la India ya tenía fama de ser un país de maravillas, de grandes encantos y riquezas. Los viajeros de aquella época conocían dos rutas comerciales: la de las especias y la de la seda, la última de las cuales es en realidad doble, la del Norte y la del Sur. Posiblemente sean las dos rutas comerciales más antiguas del mundo.
En la India, los centros de comercio marítimo se hallaban por la costa de Coromandel y la ruta de la seda iba de la China, por Lob-Nor y Khotan, a la India. Por la costa de Coromandel aparecían barcos romanos, persas y árabes, y en sus puertos cargaban las riquezas de China: tejidos de seda y pieles muy costosas. Pero en aquellos puertos indios también se encontraban productos de Persia, Grecia, Egipto y Roma.
Naturalmente este comercio tan amplio tuvo sus altibajos. Un comercio eficaz requiere tiempos pacíficos: si en uno de los países por los que atravesaba la ruta de la seda se alteraba la situación política, la comunicación se interrumpía y a veces pasaba mucho tiempo hasta que se restableciera el contacto. Las rutas marítimas permanecían, en cambio, relativamente seguras, a pesar de los peligros de tempestades y monzones. Una de las épocas más favorables al comercio fue el siglo I. d. de J.C. Existían entonces cuatro imperios inmensos: el Imperio romano, la China bajo la dinastía Han, la India del Norte regida por la dinastía Kushan y el Imperio de los partos, que se extendía desde Persia hasta Bactria.
Para la India, Roma, con su avidez de lujo, era uno de los mejores clientes. Se habían formado varios centros de comercio romanos, entre otros uno cerca de Pondicherry. Se han hallado monedas romanas en la India del Norte y del Sur y en Ceilán.
El número de artículos que Roma adquiría en la India era muy amplio. Aparte la seda de la China, se compraba también la no menos famosa muselina de la India, tan fina que los romanos la llamaban nebula. Asimismo eran famosas las piedras preciosas: zafiros, rubíes, esmeraldas y diamantes. Objeto de abundantes transacciones fueron las perlas. También se enviaban a Roma cargamentos enteros de animales: tigres, leones (ahora extinguidos), osos, panteras, elefantes, búfalos, pavos reales, periquitos y faisanes dorados, a los cuales se confundió durante mucho tiempo con la famosa ave Fénix.
En cuanto a especias y fármacos, la India contribuía a ese comercio con productos tales como el alcanfor, el azúcar, el cardamomo o la pimienta.
También el aceite de palma y la canela se vendían mucho. La canela tenía un papel muy importante en la confección de productos cosméticos y perfumes, industria en que los indios eran muy expertos. Sus creaciones eran extraordinariamente apreciadas.
Un producto de exportación menos conocido fueron los cocineros indios. Gozaron de tanta fama, que en un momento dado el emperador de Bizancio tenía en sus cocinas a algunos de ellos.
Pero la India no sólo suministraba numerosos productos, sino también importaba considerablemente del extranjero. El producto más importante era el oro. Adquiría asimismo objetos de vidrio romanos –tenían mucha fama, sobre todo, los abalorios, que se vendían por toda Asia–, estaño, cerámica, coral en todas sus variedades y esclavas. La trata de esclavos estuvo durante mucho tiempo en manos de árabes y judíos.
En las obras de Plinio se pueden ver las cantidades de dinero implicadas en el comercio entre la India y Roma. Cada año nada menos que cincuenta millones de sestercios desaparecían en los bolsillos de los comerciantes indios. Del hecho de que ciertos productos como la seda valieran al final más de cien veces su precio inicial, se desprende hasta qué extremo alcanzaban los precios. Lo mismo se puede decir de los tejidos indios.
Que el precio de la seda fuera tan excesivamente elevado se debía a los comerciantes persas. Tenían el monopolio del comercio de la seda y, a pesar de varios intentos, nadie había conseguido arrebatárselo. Por la ruta de la seda, los tejidos llegaban fácilmente a los puertos indios, donde se almacenaban los fardos. En Europa, China era desconocida, aunque se supiera que existía un país de donde procedía la sere. Se creía que se trataba de un producto vegetal, probablemente porque el algodón de la India era vegetal.
Barcos de diversa nacionalidad, pero principalmente persa, cargaban la seda y la transportaban a los puertos del golfo Pérsico. Y allí habían llegado a un punto muerto. Para llevar la seda a Europa, la única posibilidad de garantizar el precio del producto a un nivel asequible consistía en trasladarlo a Egipto y de allí a Grecia. Esta ruta coincidía con los caminos de las caravanas persas y eran los persas quienes, lógicamente, podían fijar entonces el precio.
En un momento dado, éste fue tan elevado que el emperador Justiniano mandó una carta al emperador de Etiopía y le rogaba, en nombre de la religión que los unía, que tomase medidas contra aquella situación escandalosa. Propuso que los etíopes compraran la seda y la llevaran a sus puertos del este de África, y desde allí la transportaran por sus propias rutas de caravanas al Nilo y a Alejandría. Fue un fracaso. Los persas compraban la seda por cargamentos enteros y pagaban bien, de modo que los etíopes no pudieron competir.
En el año 550, el emperador de Bizancio recibió la visita de dos monjes de “Serinda” (China) que le prometieron que le llevarían “hilos de seda”. Dos años más tarde cumplieron su promesa. Trajeron los huevos de los gusanos de seda. A partir de entonces pudieron obtener seda por sí mismos. Pero esta industria no llegó nunca a tener tanta envergadura como en la propia China.
Los embajadores de la India viajaban por todo el mundo para entablar relaciones. Con las flotas indias iban a Indonesia, donde visitaban Java, Sumatra, Bali y Borneo, y difundían el hinduismo y el budismo. Borobudur, en Java, es un recuerdo de aquella época, y en Bali la religión budista se mantiene hasta hoy en día.
Iban asimismo a Camboya y Malasia, a Birmania y a China. Desde la ciudad portuaria de Tramlapiti hasta el golfo de Bengala navegaban barcos que llevaban a bordo no sólo mercancías, sino también peregrinos y monjes, imágenes sagradas y manuscritos. Estos peregrinos budistas lo visitaban todo y llevaban consigo imágenes de Buda de los talleres de Mathura y otros.
Un monje budista chino que hizo el largo viaje de su país a la India por la ruta de la seda, un tal Hsuan-tsang (Xuanzang), relata lo siguiente: “Hay más de mil monjes budistas que se han puesto al servicio del estudio y las buenas obras. Investigan y discuten toda clase de asuntos, igual que en la misma India. Si un monje chino desea ir a la India para estudiar allí, hará mejor en ir a la universidad de Nalanda [en el sudeste de la India] o a Taxilia [en Cachemira]. Sólo después estará bien preparado para continuar el viaje a la India y proseguir sus estudios en el país”.
Hsuan-tsang sabía de qué hablaba. Él mismo había permanecido diez años en Nalanda, donde tradujo numerosos textos indios al chino. La cantidad de personas que con el paso de los siglos ha circulado por los caminos de caravanas de la India y la ruta de la seda debe de ser asombroso. No sólo iban monjes y peregrinos, sino también centenares de individuos que formaban parte de las caravanas: los comerciantes, los guías y los trabajadores de metales, talladores de piedras, joyeros, escultores y pintores (que en China ayudaron a construir y adornar templos budistas), los tejedores de seda y mahouts de elefantes, más numerosos saltimbanquis, como bailarines, prestidigitadores y malabaristas. Pero la India no ofrecía sólo mercancías de tipo material. La India podía ofrecer más, y muy concretamente en el terreno espiritual. Ya hemos nombrado el hinduismo y el budismo. En cierto momento, el hinduismo se hizo tan popular en Roma, que filósofos y sabios discutían animadamente sobre este tema: era durante el reinado de Marco Aurelio. Pero el budismo nunca ha llegado a tener éxito en Europa y se supone que ello es debido a la figura central del Buda, que para el cristianismo, que entonces empezaba a desarrollarse, era algo inaceptable. Al lado de la religión estaba la ciencia. La India ya conocía el sistema métrico, y el sistema decimal era muchísimo más simple que los números romanos, de modo que en seguida tuvo aceptación en Europa cuando los árabes lo introdujeron. Cuando, finalmente, los navegantes europeos se decidieron a ir a descubrir ellos mismos los países de las especias, les estimuló a ello sobre todo el precio de la pimienta, entonces más cara que cualquier piedra preciosa. El monopolio de las especias estaba en manos de los árabes. Para romper tal privilegio, los portugueses y más tarde los holandeses fueron por El Cabo a cargar sus propios barcos en el país de origen.
Pero, a pesar de todo, los productos exóticos de aquel país inmenso seguían vendiéndose en todas partes, incluso cuando los holandeses empezaron a cultivar las especias en las Molucas.
Fuente: J. T. S.