
Imperio de Mali
Imperio de Mali
Las estructuras políticas del Imperio de Mali
Un imperio tan extenso como el de Mali necesitaba una administración muy sólida. Ésta era dúctil en las provincias que no ofrecían peligro, pero muy rígida en las ciudades fronterizas, como Ualata. En Mande, sede del poder central, las costumbres ancestrales seguían rigiendo la realeza o mansaya, a pesar de los intentos de los mansa musulmanes (sobre todo Congo Musa) de introducir por la fuerza las reglas islámicas de gobierno.
En principio, los mansas –o soberanos– eran elegidos entre los descendientes de Sundiata por línea colateral. No obstante, con el propio Congo Musa el poder pasó de la rama primogénita (la de Sundiata) a la rama segundona (la de Bugari). Congo Musa fue aún más lejos al imponer a su hijo Maghan como sucesor. No es de extrañar que éste tuviera un reinado muy breve (cuatro años) al término del cual el poder volvió al sucesor legítimo, el mansa Sulayman.
Pero la violación de la regla de sucesión ancestral no dejó de perturbar a la familia real durante el resto del siglo XIV, puesto que el mansa de Mali no era un monarca absoluto y, por tanto, tenía que contar con la representación de los notables de Mande en la corte. Los personajes más influyentes entre estos grandes dignatarios eran el Kankoro Sigui, una especie de virrey, y la primera mujer del mansa, que era siempre una de sus primas paternas, y tenía por ello casi las mismas prerrogativas que el monarca. En las provincias, el mansa estaba representado por los farin o los farba.
Los ricos comerciantes wangaras ejercían de intermediarios de los árabe-beréberes en las ciudades del Sahel, de manera que gozaban de un verdadero monopolio comercial en el sur.
Los aliados de Sundiata en la guerra de liberación de Mande conservaron todos su jefatura después de la fundación del Imperio.
Es el caso de los camara de Tabú y de los soninke de Wagadu o de Mema. Estas provincias gozaban de una completa autonomía administrativa; su único lazo de dependencia con respecto al poder central era un tributo anual y la obligación de proporcionar contingentes armados en caso de guerra.
También gozaban de este estatuto las provincias que habían tenido antes de su conquista una organización sólida y no habían opuesto una resistencia muy marcada; tal era el caso del reino de Gao. En todas estas regiones administrativamente autónomas eran respetadas las estructuras políticas tradicionales del pueblo sometido; a lo sumo, el jefe local era vigilado por un representante del poder central.
No sucedía lo mismo en las localidades que se habían resistido con vigor a la conquista mandinga; allí el poder tradicional era aniquilado y sustituido por gobernadores imperiales, que a veces eran jefes de esclavos o libertos. Entre estos últimos, los mansas solían elegir a los jefes de su ejército.
Junto a los jefes de provincias y jefes del ejército, algunos personajes destacados desempeñaban el papel de embajadores itinerantes. Los mansas de Mali (sobre todo los del siglo XIV) mantenían relaciones diplomáticas muy estrechas con las cortes del norte de África e intercambiaban correspondencia y ricos regalos con ellas. Estas relaciones entre Mali y el Magreb contribuían a la prosperidad de ambos países.
Sociedad y cultura en el Imperio de Mali
El desarrollo del comercio dio origen, en el Imperio de Mali, a una diferenciación social muy acentuada. La aristocracia mandinga comprendía a las grandes familias que inicialmente dirigían la conferderación; eran los Keita, los Konaté, los Kondé, los Camara, etc. Los mansas reclutaban preferentemente entre ellos a los funcionarios de la administración imperial: jefes de provincias, de cantones, de aldeas. Ésta fue igualmente la capa de la población más islamizada; en su seno contaba con grandes letrados que ejercían las funciones de jueces, lectores del Corán, cadíes, etc. La aristocracia mandinga era objeto de una gran atención por parte de los mansas, que a menudo le ofrecían regalos: vestidos, caballos e incluso dominios territoriales.
Al lado de esta aristocracia tradicional, que con frecuencia vivía a expensas del mansa, los mercaderes o wangaras, por su dinamismo, llegaban a veces hasta la cima de la escala social. Se convertían así en peligrosos rivales de la aristocracia, sobre todo en las altas funciones administrativas.
A partir de Djenné distribuían la sal y otros productos magrebíes, a lomos de asnos o de esclavos, hasta el país Akan, del que traían oro. Al oeste eran también los wangaras quienes comerciaban con los portugueses. De tales actividades obtenían considerables beneficios. Pero, aunque ricos, sólo representaban a una pequeña parte de la población, que en su inmensa mayoría se dedicaba a la agricultura.
Los campesinos libres formaban la gran masa de agricultores no esclavos. Parece ser que, con la diversificación de los cultivos y el aumento de la producción, se produjo cierta mejoría en sus condiciones de vida.
Pueden incluirse en este grupo los libertos, o bula, que debían de ser bastante numerosos si hacemos caso de lo que dice Al-Umari, quien afirma que Congo Musa liberaba a un esclavo cada día. Teóricamente tenían los mismos derechos que los hombres libres, pero en la práctica seguían llevando, como una mancha indeleble, su antigua condición de esclavos. No obstante, como la mayor parte de ellos habían ejercido el oficio de las armas en su período de esclavitud, podían llegar a ocupar importantes puestos en la administración (jefe de ejército, jefe de las provincias conquistadas, etc.). Uno de ellos, Sakura, llegó incluso a alcanzar la magistratura suprema; pero el silencio total que guardan las tradiciones con respecto a su persona es prueba suficiente de las reticencias de los mandingas a ser dirigidos por libertos.
Finalmente, encontramos el grupo de los nyomokolos. Este grupo era el más heterogéneo. Comprendía tanto a los esclavos como a los artesanos y hechiceros.
Dentro del grupo de los esclavos no todos tenían el mismo estatuto. En lo alto de la escala se hallaban los esclavos reales, al servicio personal de los mansas; cultivaban los campos del monarca y se encargaban de diversos trabajos, como el porteo, la construcción de casas, etc. Los esclavos domésticos solían beneficiarse de un estatuto más humano, e incluso terminaban integrándose en la familia que los poseía. Por el contrario, los prisioneros de guerra eran considerados como simples mercancías. Sin ser tan importantes como en el Imperio Songhai, los esclavos eran muy numerosos en Mali. La caravana a la que se unió a su regreso Ibn Batuta llevaba seiscientos esclavos.
En cuanto a los artesanos, eran hombres libres, pero organizados en castas endógamas. Herreros, zapateros y tejedores eran temidos y despreciados a un tiempo; temidos porque se les atribuían poderes sobrenaturales, y despreciados porque el trabajo artesanal era considerado como degradante. El oficio de hechicero era un arte absolutamente singular. Los yeli mandingas eran a la vez poetas, cantantes e historiadores. Los yeli reales, en particular, estaban especializados en la historia genealógica de Mande. Ya hemos visto que en la corte de los mansas desempeñaban un papel de suma importancia.
Además de esta estratificación, la sociedad mandinga de aquella época estaba netamente marcada por las creencias religiosas.
En el Imperio de Mali los musulmanes no estaban confinados en aglomeraciones especiales; en efecto, a partir del siglo XIV podían circular libremente por todo el país. Después de la peregrinación de Congo Musa afluyeron a las ciudades mandingas negociantes y jurisconsultos. El Islam, que había hecho su aparición en Mande en el siglo XI y había penetrado en diversos puntos durante los gobiernos de los mansas Ulé y Sakura, los dos peregrinos del siglo XIII, conoció un extraordinario desarrollo en el siglo XIV. Con la prosperidad de los negocios se desarrolló un clero musulmán mantenido por los ricos comerciantes. Ualata, principal centro cultural de la época, era también uno de los principales centros económicos; cuando, a partir de la segunda mitad del siglo XIV, a causa del avance del desierto, los comerciantes de esta ciudad se desplazaron hacia Tombuctú, los hombres de letras los siguieron. En la capital mandinga, Ibn Batuta pudo observar, en 1353, las prácticas musulmanas de la aristocracia que él frecuentaba: escuelas coránicas, fiestas musulmanas, plegarias del viernes, etc.
Pero en Mali el Islam era una religión aristocrática. Ya a mediados del siglo XI, sólo el mansa y sus allegados se habían convertido. En el siglo XIII, Sundiata debió de practicar la religión musulmana en Mema, capital de los Cissé Tunkara, de los que fue huésped durante el exilio; sin embargo, este personaje es recordado por la tradición como un mansa fuertemente ligado a las creencias ancestrales. Por lo demás, incluso durante los reinados de Congo Musa y del mansa Sulayman, cuya administración estuvo muy influida por la nueva religión, se trataba de un Islam mezclado con las creencias tradicionales. En la capital y en las demás grandes ciudades, el clero era enteramente sudanés, y los mansas relegaron a los grandes eruditos de Niani y Tombuctú a sus estrictas funciones religiosas.
Así pues, en el Imperio de Mali el Islam ganó adeptos sobre todo en el mundo de los negocios y en el aparato del Estado. No obstante, incluso dentro de esta élite, numerosos signos (concubinato, falta de respeto al rito musulmán del entierro, etc.) ponen de manifiesto a veces el carácter superficial de esta islamización. Por su parte, el pueblo, en su inmensa mayoría, siguió siendo profundamente animista. Entre las cosas condenables que observó Ibn Batuta en Mali cita el hecho de que se comieran animales que no habían sido inmolados de manera ritual (perros, asnos), que las muchachas y los esclavos se pasearan desnudos, y que muchas de las reglas coránicas eran totalmente ignoradas.
Fuente: M. S.