
India Medieval
En el siglo III de nuestra era empieza lo que se ha llamado época clásica de la cultura india. A pesar de todas las invasiones que veremos producirse y de todos los trastornos causados por ellas, las artes y las ciencias fueron desarrollándose en evolución constante. La causa principal de tal fenómeno fue que los dominadores extranjeros eran asimilados por la cultura de los vencidos y comprendían que era muy superior a la suya propia.
Durante el siglo III la India careció de estabilidad política, pero a principios del siglo IV una dinastía que descendía de la familia Maurya, los Gupta, se alzaron con el poder. El rey Chandragupta I, que subió al trono en 320, fue el iniciador de la dinastía, pero el gran conquistador fue su hijo Samudragupta (340-380).
Los Gupta tardaron muy poco en incorporar la mayor parte de la India del Norte a su imperio. Otros estados, como Assam, Nepal y el Punjab, se convirtieron en tributarios, así como la zona sur hasta la costa oeste. El período gupta alcanzó su mayor prosperidad bajo el poder de Chandragupta II, el hijo de Samudragupta. La literatura sánscrita alcanzó entonces uno de sus momentos culminantes: en esta época vivió el famoso poeta Kalidasa.
El imperio gupta tenía un terrible enemigo en el Noroeste, los hunos blancos, que cruzaron por primera vez las fronteras de la India a mediados del siglo V. Un sucesor de Samudragupta, Skandagupta (455-470), logró hacerlos retroceder, consiguiendo aplazar así su siguiente invasión por más de cincuenta años, pero el Imperio había perdido su fuerza y se dividió en numerosos pequeños estados, algunos de ellos gobernados por nuevas dinastías guptas. De estos estados, los más importantes fueron Maitraka, en el Oeste, y Maukhari, en el Norte.
La división del Imperio gupta la aprovecharon los hunos blancos para realizar con éxito nuevas invasiones, en las que se apoderaron de gran parte de la India del Norte. En 510, el huno blanco Toramana consiguió penetrar hasta muy adentro de la India y su dinastía continuó gobernando hasta 525. Entonces, un nuevo soberano gupta echó otra vez de la India a los hunos blancos por el Este, mientras en el Oeste fue Yasodharman, un príncipe de origen poco conocido, quien consiguió la supremacía hindú.
Durante el siglo siguiente, un tal Harsa, rey de Thanesar, gobernó desde el 606 hasta el 647. Era budista y gran amigo de las letras, y hasta escribió obras teatrales en sánscrito. Durante su reinado apareció en la India un viajero chino muy famoso, Hsuang Tsang, que dejó un relato muy importante de su viaje, que es la mejor documentación que poseemos sobre la historia y el desarrollo de la cultura de aquellos tiempos.
Tras la muerte de Harsa, la India del Norte se dividió otra vez en una serie de estados, pero poco a poco la situación se estabilizó y aparecieron dos grandes potencias.
En Bengala se estableció, a mediados del siglo VIII, la dinastía Pala, una dinastía de soberanos budistas que conservó el poder hasta el siglo XII. En una época en que casi toda la India se inclinaba al hinduismo, los Palas fueron los grandes protectores del budismo. A la dinastía Pala siguió la Sena, que duró poco, pero que fue muy brillante. El avance de los musulmanes acabó con ella.
Mientras tanto, se habían destacado en el noroeste de la India una serie de nuevos monarcas: los rajputs. No se sabe de dónde procedían, pero, según la tradición, hubo cuatro familias de las cuales la leyenda dice que habían nacido de un fuego sacrificial en la montaña sagrada de Abu. Lo más probable es que descendieran de los diferentes invasores del Norte. Una de aquellas familias eran los Pratihara, quienes, junto con los Gurjara, lograron en 740 detener el avance de los musulmanes, los cuales, ya desde el 712, con la conquista del Sind, se habían establecido en aquel lugar. El frente antimusulmán duró dos siglos. Puesto que los enemigos más importantes de los Gurjara-Pratiharas eran los budistas Pala, lucharon regularmente contra ellos y también contra los Rastrakuta del Deccán.
En el último cuarto del siglo X se produjo el hundimiento de los Gurjara y otra vez el Imperio se dividió como de costumbre. Los musulmanes se beneficiaron de aquella circunstancia. Ya que los reyezuelos seguían luchando entre sí y nadie parecía hacer caso del peligro musulmán, Mahmud de Gazna logró ocupar, en 1001, el Punjab, con lo cual tuvo en sus manos un centro desde el que podía atacar tanto a la India del Oeste como a la del Norte. El país sufrió mucho con tal situación, pero hasta dos siglos más tarde, en 1192, el soberano de Delhi no pudo ser vencido y muerto en una batalla decisiva. Pocos años después, toda la India del Norte estaba en manos de los conquistadores musulmanes.
Al mismo tiempo existían en el sur del subcontinente índico dos grandes potencias, una en el Deccán y otra en el país de los Tamil, al extremo sur.
Durante el siglo VI, la dinastía Chalukya, en el Deccán, había creado un imperio muy poderoso. El soberano más importante de aquella dinastía fue Pulakesin II (608-642), quien en la expansión de su imperio chocó con los Harsha en el Norte y los Pallava en el Sur. Conquistó a los últimos gran parte de la costa del Este, después de lo cual durante varios siglos reinó allí una rama secundaria de su familia. A pesar del éxito de sus conquistas, al final Pulakesin II fue derrotado y muerto por los Pallava. Sin embargo, el imperio se mantuvo aún bajo sus sucesores, para terminar en 757.
En aquel año, la dinastía Rastrakuta tuvo ocasión de alzarse con el poder. Eran soberanos típicamente militaristas y, por sus vigorosos ataques a los vecinos del Norte y del Sur, lograron establecerse en aquellos territorios. Con ello contribuyeron a que fuera posible la invasión musulmana, aunque conservaron el poder hasta 973. Entonces dominó la dinastía Chalukya en el Deccán, y durante mucho tiempo ejerció su dominio en aquel vasto territorio. Esta dinastía se mantuvo hasta 1190, y después también el Deccán siguió la suerte general de descomponerse. Soberanos poco enérgicos no supieron detener a los musulmanes.
En el sur de la India tres dinastías Tamil, los Chola, los Chera y los Pandya, habían podido mantener su independencia y conservar gran parte de la cultura dravídica. Al final hubieron de someterse a los Pallava del Norte. Ya en el siglo III se hablaba de unos Pallava que procedían de Kanchi (Kanchipuram). Hacia el final del siglo VI constituían un gran pueblo y llegaron al pináculo de su poderío entre 630 y 660, bajo el gobierno del rey Narasimhavaram I (630- 660). Poseían inmensas riquezas y carecían de enemigos en el Sur, mientras que en el Norte eran muy fuertes. Su influencia se dejó sentir mucho más en el Sur, y finalmente adoptaron allí dos de sus religiones, shaiva y vaishnava (shivaítas y vishnuitas), a las que permanecieron fieles hasta mediados del siglo XX.
Los Pallava mantuvieron su poder hasta finales del siglo IX. Entonces, los Chola consiguieron no sólo liberarse de los Pallava, que ya habían perdido casi toda su fuerza, sino también fundar un imperio propio, el mayor de los que habían existido allí. Rajaraja (985-1014) y Rajendra, su hijo (1014-1044), fueron los reyes más poderosos de esta dinastía. Los Chola reinaron en Ceilán (Sri Lanka) y todo el sur de la India. También mandaron ejércitos al Ganges, lo cruzaron –hecho insólito– y derrotaron al rey Pala de Bengala. El rey Rajendra poseía entonces la mayor flota de aquellos tiempos y realizó una expedición muy importante a Indonesia y Malasia.
El reinado de Kulattonga III (1180-1216) marcó el final de la dinastía Chola, tras una época de decadencia. Una nueva familia ocupó el poder, la dinastía Pandya, que había estado dominada durante mucho tiempo por los Chola; los Pandya gobernaron durante poco tiempo. En 1310, los musulmanes invadieron el sur de la India y en breve lapso acabaron con su gobierno. Casi toda la India quedó entonces en sus manos.
La conquista de la India no fue cosa fácil para los musulmanes y requirió mucho tiempo. En el siglo VIII, un tal Hayay era virrey de las provincias orientales del califato. La región de Sind no era base adecuada para efectuar conquistas, por su situación poco estratégica. Las líneas de comunicación atravesaban el Beluchistán y era difícil que los refuerzos necesarios llegaran rápidamente. La verdadera conquista de la India sólo podía realizarse después de la ocupación del territorio que hoy es conocido como Afganistán.
Los esclavos turcos que establecieron una dinastía en las montañas de Gazna, conocida como dinastía yaminí o gaznawí, empezaron, bajo su rey Sabuktigin (977-997), los primeros ataques a la India del Norte. En aquellos tiempos, el Punjab reconocía el gobierno del rajá Jaipal, que fue vencido por Sabuktigin y el reino de aquél quedó en manos de los Yamin. El soberano musulmán con territorio más vasto fue, sin embargo, Mahmud (998-1030), cuyo imperio se extendía desde el Ganges hasta las fronteras de Mesopotamia.
Con el fin de ampliar su dominio, no se sabe con seguridad si efectuó doce o diecisiete expediciones de conquista. El territorio que poseía en la India era sólo una zona fronteriza y muy particularmente el Punjab servía de base para sus invasiones. Una expedición de Mahmud merece atención especial. Mandó sus tropas para conquistar el gran templo hindú de Somnath, donde se encontraba la escultura enorme de un lingam (falo) que tenía que ser lavado cada día con agua del Ganges, llevada hasta allí por nada menos que mil aguadores. Además, este ídolo era servido por unos mil brahmanes y seiscientos músicos, bailarinas y ayudantes. El templo poseía diez mil pueblos y pequeñas ciudades cuyos ingresos debían entregarse al templo, que también contaba, por otra parte, con ofrendas de los numerosos peregrinos. Como buen musulmán, Mahmud hizo destruir el templo, empeño en el que murieron cincuenta mil hindúes en defensa de su santuario. El fanatismo de Mahmud condujo finalmente a un desastre económico en el norte de la India, porque destrozó todo cuanto le parecía manifestación del espíritu pagano. También realizó sistemáticas matanzas en pueblos y ciudades. Así fue como Mahmud, debilitando la India del Norte, preparó el camino para futuras grandes invasiones musulmanas.
Por otra parte, los musulmanes luchaban entre sí. Los gaznawíes fueron expulsados de su propio país y se estaban refugiando en el Punjab cuando fueron atacados por los Shansabanis de Ghor. Un sultán de este pueblo, Muhammad, adoptó una política nueva. Dejó de dedicarse al saqueo, y decidió lanzarse a conquistar toda la India del Norte. Siguieron años de guerra, que terminaron con la conquista de la ciudad de Delhi en 1192, donde fueron derrotados los ejércitos del rey hindú. Los excelentes generales de Muhammad no se contentaban con esta conquista y no descansaron hasta haber ocupado también Bihar, en Bengala. Uno de estos generales, Kutb al-Din Aybak, ocupó el poder y fundó la dinastía de los Reyes Esclavos, de Delhi, tras el asesinato de Muhammad por herejes mahometanos en 1206. Así se había fundado el sultanato de Delhi, que duró hasta 1526.
En este lapso de tiempo reinaron allí cinco dinastías: la dinastía de los Reyes Esclavos, de 1206 a 1290; la dinastía Jalyí, de 1290 a 1320; la dinastía Tugluq, de 1320 a 1413; la dinastía Sayyid, de 1414 a 1451, y la dinastía Lodi, de 1451 a 1526. Hubo en total treinta y tres sultanes, entre los que se destacan algunos, como Itutmish (1211-1236), que conquistó Sind y Bengala y es conocido sobre todo por sofocar sin piedad todo cuanto se pareciera a una rebelión, y Balban (1266-1286), quien estuvo tan atareado dominando sublevaciones, que sólo hacia el final de su gobierno tuvo tiempo de hacer algunas conquistas.
No debe sorprender que durante el gobierno de los sultanes de Delhi hubiera tantas sublevaciones, ya que en el siglo XIII la dominación de los musulmanes sobre los hindúes fue muy precaria. Sólo en aquellas zonas donde había guarniciones musulmanas y fortalezas para dominar al pueblo existía una situación algo estable. El imperio era muy grande, y el número de musulmanes, escaso. Resultaba imposible convertir a los hindúes. Para poder gobernar, los sultanes se veían obligados a basarse en los dirigentes hindúes, quienes seguían teniendo, por tanto, gran influencia y poder político.
Durante la dinastía Jalyí, el sultán Alá al-Din tuvo que actuar cruelmente para quebrantar el poder de los jefes hindúes y evitar una sublevación. Recaudando como contribución nada menos que el 50 por 100 de la producción agrícola, la población campesina se desangró totalmente. Pero con esta medida Alá consiguió mantener la paz en el país, de manera que pudo dedicarse a la conquista del reino de Gujarat. También asaltó las fortalezas de Rajputana, donde, al sitiar la ciudad de Chitor, ocurrió un drama horrible. Según se cuenta, los defensores, temiendo la deshonra de sus mujeres e hijas, las sacrificaron a los dioses.
Con la dinastía Jalyí, la penetración musulmana en el Deccán y el sur de la India fue un hecho consumado. El general de Alá al-Din, un eunuco llamado Malik Kafur, penetró hasta el extremo sur de la India, destruyendo templos y saqueando las ciudades principales.
El sultanato de Delhi alcanzó durante la dinastía Tugluq su mayor extensión. En 1330 comprendía desde Madura, en el Sur, hasta las fronteras de Cachemira. En vista de ello, Muhammad ibn Tugluq trasladó la capital de Delhi a Deogir, en el Deccán, con la esperanza de que esta ciudad, situada en el centro, facilitara la gobernación del país. Resultó ser un error. La creación de un gobierno central en un imperio tan inmenso fue imposible por falta de buenas vías de comunicación. Al final del reinado de Muhammad, el sultanato de Delhi empezó a desintegrarse. En el extremo sur, Madura fue la primera en liberarse, en 1334. Perdió después Bengala, en 1341, y todo el Deccán, en 1347.
Firuz Shah (1351-1388), que sucedió a Muhammad, no se tomó la molestia de intentar reconquistar el territorio perdido, lo cual tuvo por consecuencia que, después de su muerte, una serie de reinos, entre los cuales se contó Gujarat, se negaron a reconocer la soberanía del sultanato. Algunos años más tarde, el caos político y territorial en la India del Norte era un hecho.
En 1398, Timur Lang, llamado Tamerlán, atravesó el Indo y penetró por el Punjab hasta Delhi, en una invasión llena de saqueos que duró un año entero. No se trataba de una conquista propiamente dicha, sino sólo de una algarada de tropas que tenía por objeto el saqueo y la obtención de botín. La dinastía Sayyid, que gobernaba en Delhi, no se veía capaz de rechazar la invasión porque los soberanos prácticamente sólo gobernaban en la ciudad y sus alrededores. Sólo con la dinastía Lodi, procedente de Afganistán, se produjo un cambio total en la situación. Apenas se podría llamar verdadero rey al soberano Lodi, pero sí era el más poderoso de la serie de jefes de tribu, y como tal obtuvo el título de sultán.
El primero de ellos se llamaba Bahlul y tuvo el suficiente sentido común para aceptar la verdadera situación y obrar en consecuencia. Sus sucesores, sin embargo, opinaban de otra manera e intentaron reinar como sus predecesores de dinastías anteriores. Las tribus no estaban de acuerdo con tal actitud, por lo que se produjeron sublevaciones que debilitaron el sultanato. Todo el norte de la India era otra vez un conglomerado de pequeños estados, pequeños reinos musulmanes independientes, que existían por todas partes, como en Sind, Gujarat y Bengala.
También los rajputs se habían liberado y empezaban a tener más poder. El Deccán estaba dividido en cinco sultanatos. En el Sur se había fundado un imperio hindú muy fuerte, nacido de las ruinas del imperio Chola, que se llamaba Vijayanagar. Bajo el soberano Krishna Deva Raya, que reinó de 1509 al 1525, este imperio alcanzó su mayor poderío y extensión. En 1565 se hundió al unirse los estados musulmanes del Deccán para vencer al enemigo hindú.
Entonces quedó abierto el camino a Babar, el gran conquistador y fundador de la dinastía mongol (mogol) de la India, que era descendiente directo de Tamerlán y Gengis Kan. En abril de 1526 pudo derrotar a los ejércitos del último sultán Lodi cerca de Panipat. La suerte de la India estaba echada. Como había pasado varias veces en el curso de la historia, en Panipat los acontecimientos dieron un giro decisivo.
Autor: Cambó
"India medieval" es una joya literaria que sumerge al lector en un tapiz de intrigas y esplendor cultural. La narrativa fluye con la gracia de una danza clásica, y los personajes vibran con vida propia, ofreciendo una experiencia de lectura fascinante y envolvente.