Las Corrientes y Escuelas de Historiografía
Una visión general del desarrollo del pensamiento histórico, europeo y global
Las Corrientes y Escuelas de Historiografía
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Corrientes y Escuelas Históricas
Nota: En otra parte de esta plataforma digital se puede ver un completo resumen de las distintas escuelas de historiografía.
Desde un punto de vista conceptual, la historia se convierte, en palabras de Reinhardt Koselleck (1923-2006), en un "colectivo singular" que reúne todas las "historias particulares" y engloba tres niveles bajo una misma expresión: los hechos, el relato de estos hechos y su conocimiento científico. La historia expresa también una mayor complejidad: el destino humano ya no se remite a una trascendencia divina, sino al propio curso de la humanidad; un objetivo realista y una reivindicación específica de la verdad; su propio tiempo, que articula las tres dimensiones temporales de pasado, presente y futuro. Se convierte así en la expresión del progreso y la modernidad. Ahora se concibe como un proceso, un devenir, que engloba el devenir de los tiempos modernos.
En el siglo XIX, el concepto de historia se convirtió en un concepto central y fundamental de la sociedad. En términos de conocimiento, todas las formas de saber tienen su propia historia (historia natural, historia sagrada, historia universal). En términos sociales, la historia acompañó la aparición de nuevas élites burguesas (en Alemania, sustituyó al concepto de revolución). Políticamente, fue uno de los instrumentos utilizados para legitimar el nacionalismo. Desde un punto de vista más general, la historia, como concepto, caracteriza ahora la relación entre las sociedades y su pasado. Por ello, las disputas sobre la historia no pueden reducirse a argumentos sobre escuelas, método, teoría o política científica.
Nota: En la plataforma online se ofrece una visión general del desarrollo del pensamiento histórico desde los tiempos más remotos hasta la actualidad, abordando directamente las cuestiones de la historiografía en un contexto globalizado. Las cuestiones relativas a la difusión mundial de la redacción histórica y la relación entre la historiografía y otras formas de representar el pasado han cobrado importancia no sólo en el estudio académico de la historia, sino también en los ámbitos públicos de muchos países. Se considera el problema de "lo global": en la multiplicidad de tradiciones de narrar el pasado; en la difusión global de la redacción histórica moderna; y de "lo global" como concepto que anima los imaginarios históricos. Se explora los diferentes enfoques intelectuales que han dado forma a la disciplina de la historia y los retos que plantean la modernidad y la globalización, al tiempo que ilustra los cambios en la concepción del tiempo y la emergencia del pensamiento histórico.
La historia como conocimiento forma parte, pues, de lo que Reinhardt Koselleck y después François Hartog han denominado "regímenes de historicidad", es decir, formas de articular pasado, presente y futuro. Por eso nos fijaremos aquí tanto en los momentos que han estructurado las corrientes historiográficas como en los puntos de inflexión que han marcado rupturas o transformaciones en el orden del conocimiento histórico, pero también en la relación entre historia y sociedad. A pesar de las arraigadas y perdurables tradiciones nacionales, estas corrientes revelan similitudes y a veces convergencias que dan testimonio de procesos de civilización compartidos.
Fundamentos: historicismo y metodismo
La ruptura revolucionaria de 1789 constituye una ruptura para la conciencia histórica contemporánea: ahora hay un tiempo antes y un tiempo después de la Revolución, que anuncia un nuevo régimen de historicidad y un momento de fundación: el del archivo, el patrimonio y la historia. Como señaló el historiador de Basilea Jacob Burckhardt (1818-1897): "Casi todos los pueblos de Europa han visto desmoronarse bajo sus pies lo que se llama el terreno histórico, ya sea en el Estado, la Iglesia, el arte o la vida", un desmoronamiento que exigía una nueva relación con la historia y una nueva forma de pensar la historia y sobre la historia.
Historicismo
En Alemania, el movimiento se expresó con el término historismo (historismus). Un término con muchos significados, se refiere en particular a una tendencia histórica que se distancia de la filosofía especulativa de la historia y de la Ilustración; favorece un enfoque empírico, erudito y filológico, basado en la crítica metódica de las fuentes. Wilhelm von Humboldt (1867-1835), fundador de la nueva universidad alemana, formuló los elementos teóricos de este enfoque, que se plasmaron de forma ejemplar en la obra de Leopold von Ranke (1795-1886). "La tarea del historiador", según Humboldt, es "exponer lo que ha sucedido", una fórmula a la que Ranke dio pleno contenido: "A la historia se le asignó en su día la función de juzgar el pasado, de iluminar a los contemporáneos en beneficio del futuro: mi empresa actual no tiene una ambición tan elevada, se trata simplemente de contar cómo sucedieron realmente las cosas".
Ranke supo inculcar este principio deontológico objetivista que aislaba pasado y presente en su seminario de la Universidad de Berlín, donde fue nombrado tras publicar Geschichte der romanischen und germanischen Völker von 1494-1535 en 1824. Fundó una metodología centrada en lo singular y lo factual, favoreció una exposición histórica rigurosamente indexada en material histórico -documentos de archivo- y promovió una narrativa estrictamente cronológica. En 1841, Ranke se convirtió también en el historiógrafo oficial de Prusia. Su perspectiva objetivista hizo poco por borrar una historiografía fundamentalmente conservadora, antiliberal, antirrevolucionaria y hostil a la filosofía de la Ilustración. En su obra, la historia y la política siguen estando estrechamente correlacionadas: el particularismo de los Estados, no de los individuos, se basa en una política de poder; el universalismo sigue enraizado en el providencialismo cristiano.
Nota: La comprensión de la forma en que se percibía, registraba y utilizaba el pasado permite comprender mejor a las sociedades primitivas que conservaban esos registros. Merece la pena investigar qué se escribió, por qué se escribió y las preocupaciones que motivaron esta redacción. No todos los textos que se refieren al pasado eran necesariamente históricos o se tomaban como tales. Determinar el grado de historicidad, es decir, si el hecho ocurrió realmente, es fundamental, pero los historiadores tienen que ir más allá y analizar por qué ciertas narraciones se proyectaron como históricas. Intentar comprender la variedad de textos que representan el pasado plantea muchas preguntas: ¿Por qué adoptaron la forma que adoptaron, qué del pasado era relevante para sus autores y por qué se mantuvieron determinados tipos de registros?
Visto desde esta perspectiva, hay ciertos aspectos del estudio de las tradiciones históricas que necesitan ser investigados. La opinión generalizada de que la civilización india carecía de sentido de la historia requiere un nuevo examen. Sobre todo cuando reconocemos que las tradiciones históricas de las diversas culturas -ya sean griegas o romanas, árabes o persas, chinas o indias, o cualquier otra- difieren inevitablemente. Dada la generalización sobre la ausencia de historia en la India preislámica, la cuestión más sustancial se refiere a la naturaleza de la representación del pasado en lo que puede denominarse las primeras tradiciones históricas indias.
Aunque la historiografía no pueda reducirse a esto, Ranke encarnó, sobre todo después de 1848, el modelo historiográfico alemán del siglo XIX. Su profunda ambivalencia entre el enfoque científico y la filosofía política -en este caso conservadora y religiosa- es de hecho consustancial a la profesionalización de la disciplina que acompañó el advenimiento de un nuevo orden social y político. La reforma de la universidad alemana se organizó en torno a la fusión de ciencia y educación, la alianza de Wissenschaft y Bildung.
La historia como disciplina científica y fuente de cultura fue el instrumento: la investigación histórica se convirtió en asunto de especialistas formados en seminarios donde todos se familiarizaban con las reglas de la crítica de las fuentes. Se dotaron de instrumentos científicos: aparecieron revistas "generales", la Historische Zeitschrift (1859) precedió a la Revue historique (1876), la Rivista Storica Italiana (1884), The English Historical Review (1886) y The American Historical Review (1895), a las que siguieron revistas especializadas. Mediante la creación de sociedades "profesionales", los historiadores se reunieron en una comunidad de práctica, ahora vinculados por un enfoque científico común, a falta de un consenso político perfecto.
La escuela metódica
La "escuela metódica" fue una especie de equivalente "historicista" en Francia: también aquí, inspirada en parte por el modelo alemán, la historia se afirmó mediante la convergencia de las disciplinas de la erudición y la crítica de las fuentes. Como país centralizado antes que Alemania, Francia se apresuró a crear un centro nacional de formación de archiveros, la École des Chartes (1821 y 1824), e instituciones patrimoniales -en 1837 se creó la Commission des monuments historiques. El modelo científico, la investigación, la práctica de los seminarios y las alianzas disciplinarias (filología y ciencias auxiliares) eran de inspiración alemana.
El enfrentamiento también se produjo por motivos religiosos e ideológicos, oponiendo una historia católica, legitimista y conservadora a una historiografía triunfante, laica (o protestante), republicana y, después de 1870, en gran medida patriótica. Dos autores, Hippolyte Adolphe Taine (1828-1893) y Numa Denis Fustel de Coulanges (1830-1889), fueron los relevos, no los "maestros", de una nueva escuela que les desafiaba.
“En los comienzos del siglo XIX con el prestigio científico de la idea de la evolución orgánica y los enormes progresos realizados en Alemania en la investigación y métodos históricos era natural que se produjese en aquel país un brillante florecimiento de las ciencias sociales. Roscher se propuso construir la economía histórica sobre la misma base que la jurisprudencia histórica creada par Savigni y Eichhorn mientras que Hildebrand tomaba como modelo a la filología comparada. Roscher creía que era necesaria establecer la comparación histórica y metódica de la economía de los distintos pueblos con un estudio sistematizado de toda la información existente. Aunque el trabajo de Roscher adolece de superficialidad uno de sus resultados positivos fue el de comprobar hasta qué punto las leyes económicas generales eran aplicables a las industrias agrícolas y forestales de diferentes países.”
- Guillermo Díaz, Diccionario Político que Escuela Histórica
Uno de los disidentes fue Gabriel Monod (1844-1912), que fundó la Revue historique en 1876 y la convirtió en la principal revista histórica de Francia. La escuela "metódica" (más que positivista, para distinguirla de la filosofía comtista) tuvo sus maestros del método: el archivero Charles-Victor Langlois (1863-1929) y el historiador Charles Seignobos (1854-1942). En 1898, le entregaron su libro de texto introductorio, Introduction aux études historiques, que debe mucho al Lehrbuch der historischen Methode de Ernst Bernheim, publicado en 1894. En él, la historia se afirma como un conocimiento indirecto de un pasado al que se llega a través de los vestigios y huellas revelados por las fuentes, al término de una serie de operaciones analíticas controladas por la crítica interna y externa, que conducen a su vez al establecimiento riguroso de los "hechos históricos".
La eficacia de la historia metódica ha dependido de su vínculo con el establecimiento educativo y de su inclusión en el seno de la nación republicana, a todos los niveles de la investigación y la enseñanza. La Revue historique reunió a una red de colaboradores; proliferaron las revistas especializadas; se formaron sociedades científicas, como la Société d'histoire moderne et contemporaine fundada en 1900, un año después de la aparición del primer número de la revista del mismo nombre. Proliferaron las colecciones y los libros de texto; un editor, Félix Alcan, contribuyó a difundir el movimiento metódico. Seignobos fue el inspirador de la reforma de 1902; Ernest Lavisse (1842-1922), en el Departamento de Enseñanza Superior, supervisando el programa de agrégation, proporcionó libros de texto para todos los niveles, desde la escuela primaria hasta la universidad. En Francia, la historia ocupó un lugar imperioso, contaminando todas las disciplinas literarias, artísticas, religiosas e incluso filosóficas y científicas, en muchos aspectos equivalente al lugar que ocupó en Alemania, donde impregnó profundamente la Bildung de las nuevas clases dirigentes.
En el siglo XIX, el "modelo alemán" de profesionalización y "profesoralización" prevaleció y se convirtió en "escuela" en toda Europa y Estados Unidos. Paradójicamente, contaminó tanto a las nuevas naciones como a las antiguas, sin duda porque era sobre todo la universidad y lo que ésta ofrecía en términos de investigación, enseñanza y sobre todo de formación de historiadores lo que se había conservado, y lo que apenas contradecía las distintas ambiciones y rivalidades nacionales.
Si estas diferentes corrientes pueden identificarse con el historicismo, es también por el lugar de la historia y el papel del historiador en el advenimiento de las nuevas clases burguesas. Inicialmente, la historiografía se alineó con las posiciones liberales, en contraste con el conservadurismo de Ranke. Tras 1848 y el fracaso de la revolución liberal en Alemania, estos valores se fusionaron con las posiciones autocráticas de la monarquía Hohenzollern, fomentando la aparición de mitos nacionales divergentes. Pero aquí, como en todas partes, los historiadores acudieron a los archivos para encontrar elementos que apoyaran sus preconceptos nacionales y sociales, imbuyéndolos de autoridad científica. Así pues, el historicismo es mucho más que una teoría de la historiografía: se refiere ciertamente a una determinada concepción de la ciencia, pero también a una filosofía de la existencia y a contextos sociales, políticos y culturales comparables.
Las crisis de la historiografía
La industrialización y la democratización de las sociedades europeas y norteamericanas trastocaron este modelo historiográfico dominante. Fue cuestionado en casi todas partes, en Europa y en Estados Unidos, más o menos al mismo tiempo, hacia finales del siglo XIX. La crisis del historicismo que predijeron y analizaron, en particular, Friedrich Nietzsche (1844-1900), Ernst Troeltsch (1865-1923) y Friedrich Meinecke (1862-1954), fue mucho más allá de las ciencias históricas; desdibujó el significado del concepto y afectó a las ciencias jurídicas, la economía política, la filosofía, las artes y la teología. Aquí, el concepto se funde con su crítica.
Por lo que respecta a los historiadores, lejos de cuestionar los fundamentos de las nuevas ciencias históricas, las críticas dirigidas a la que entonces era la disciplina dominante convergían y aspiraban a una mayor "profesionalización" y cientificidad. La historia debía dar cuenta de los efectos de la industrialización y del surgimiento de las democracias: en lugar de la historia política, la historia de los grandes hombres y de los grandes acontecimientos, ahora era importante centrarse en las cuestiones sociales, económicas y culturales.
En Alemania, ésta fue la idea central de la "controversia" iniciada por Karl Lamprecht (1856-1915), que cuestionó el papel central otorgado al Estado y la concentración en los individuos y los acontecimientos. Sin embargo, su Historia de Alemania resultó demasiado defectuosa desde el punto de vista fáctico y demasiado especulativa desde el punto de vista psicológico como para convencer y sacudir una tradición historiográfica ya firmemente establecida, que permanecía aún más obstinadamente ajena al impacto de las ciencias sociales.
En Francia, el asunto Dreyfus movilizó y dividió a los historiadores; la aparición de las ciencias sociales, en particular la sociología de la escuela durkheimiana y la escuela francesa de geografía de Paul Vidal de La Blache (1845-1918), sacudió las certezas intelectuales, científicas e institucionales de la disciplina. Un filósofo convertido a la historia, Henri Berr (1863-1954), asumió el reto de la disciplina y, a través de sus iniciativas editoriales e institucionales, abrió un amplio foro de debate entre la historia y las nuevas ciencias sociales. Con la creación de la Revue de synthèse historique en 1900, seguida de una colección titulada "L'évolution de l'humanité" en 1920, y luego con la fundación del Centre international de synthèse en 1925, Berr tuvo éxito donde Lamprecht había fracasado: criticó la tradición historiográfica dominante, fomentó una mayor "profesionalización" de la historia y consolidó su cientificidad trasladándola al ámbito de las ciencias sociales. El momento Berr (especialmente entre 1900 y 1914) simbolizó la crisis "historiográfica" francesa.
También tuvo su contrapartida en Estados Unidos: la "nueva historia" atacó las certezas de una historia profesional "objetivista" que se había establecido durante el último tercio del siglo XIX. Los "nuevos historiadores", entre los que se encontraban James Harvey Robinson (1863-1936), Frederick Jackson Turner (1861-1932), Charles Beard (1874-1948) y Carl Becker (1873-1945), propusieron ampliar la historia para incluir el estudio de los problemas económicos, sociales y culturales, abriéndola a las ciencias sociales y basando la investigación en problemas contemporáneos como la industrialización, la urbanización y la emigración. Esta historia "progresista" se inscribe en el movimiento de reforma social teorizado en particular por el filósofo "pragmatista" John Dewey (1859-1952).
Consolidación: historia, ciencias sociales
Fue el inicio de una modernización de la investigación histórica, en sintonía con los problemas de las sociedades industriales y democráticas; debía traducirse en una ampliación del campo de investigación, una vinculación a las preocupaciones del presente, una consolidación de los fundamentos científicos de la historia y una apertura a las nuevas ciencias sociales.
Los Annales y la historia social y económica
Sin embargo, la Primera Guerra Mundial, que revitalizó las reacciones nacionalistas, interrumpió temporalmente los movimientos de reforma que tomarían forma en Francia con el lanzamiento, en 1929, de los Annales d'histoire économique et sociale por el historiador modernista Lucien Febvre (1878-1956) y el medievalista Marc Bloch (1886-1944), ambos profesores en Estrasburgo. Desde el principio, los fundadores del "espíritu de los Annales" se propusieron llevar la historia al corazón de las ciencias sociales, centrarse en las cuestiones sociales y económicas, abrir la disciplina a la actualidad e internacionalizar el debate historiográfico. Su enfoque crítico y empírico se organizó en torno a tres grandes propuestas unificadoras: romper con una historia obsoleta que era incapaz de dar cuenta de las transformaciones del mundo moderno; favorecer una historia basada en problemas que fundamentara sus preguntas en una relación interactiva entre el presente y el pasado; y unir las ciencias sociales en torno a una historia renovada.
Durante el periodo de entreguerras, el debate historiográfico se dividió así claramente en dos posturas, una intelectualmente conquistadora pero institucionalmente minoritaria; la otra epistemológicamente conservadora pero dominante en las universidades. Fue tras la Segunda Guerra Mundial cuando las posiciones se invirtieron.
La historia social, y más ampliamente la historia económica y social, se convirtió en el campo de investigación predominante. Su desarrollo en Francia se organizó en torno a dos figuras clave: Fernand Braudel (1902-1985) y Camille Ernest Labrousse (1895-1988). Braudel asumió la dirección de la revista (que se convirtió en Annales Économies Sociétés Civilisations en 1946) tras la muerte de Febvre; había sucedido a Febvre en el Collège de France y como director de la sexta sección de la École Pratique des Hautes Études, que fundó en 1947, después de publicar su obra maestra, La Méditerranée et le Monde Méditerranéen, en 1947. En ella, Braudel propuso un verdadero modelo histórico - sistematizado unos años más tarde en un célebre artículo sobre "el largo plazo (1958)" - y defendió una concepción del Mediterráneo como región. - y defiende una concepción de la historia global que pretende captar las civilizaciones en su conjunto y en su propio marco temporal.
El segundo no era historiador de formación, sino que había estudiado derecho y economía. Su tesis, titulada Esquisse du mouvement des prix et des revenus au XVIIIe siècle (1932), que el autor presentó modestamente como una "introducción a la historia de la condición de los individuos en el siglo XVIII", inauguró, en la estela de los trabajos del sociólogo François Simiand (1873-1935), un nuevo modelo de historia económica y social que se apoyaba en gran medida en las estadísticas de una fuente excepcional: los mercuriales. Pero para el socialista Labrousse, los precios reflejaban las contradicciones de la economía del Antiguo Régimen y eran ante todo un indicador social. Su disertación sobre Les Crises de l'économie d'Ancien Régime (1943) le valió el reconocimiento de los historiadores y le abrió las puertas para suceder a Marc Bloch en la Sorbona, donde durante casi veinte años ejerció un verdadero dominio sobre la disciplina, multiplicando los grandes proyectos unificadores sobre la historia de las revoluciones y de la burguesía occidental, y dirigiendo la mayoría de las disertaciones de historia.
En un plano más institucional, la influencia de Braudel contribuyó al desarrollo y la internacionalización de la "escuela de los Annales", y a preservar el predominio de la historia en el seno de las florecientes ciencias sociales. Su codirección de la Histoire économique et sociale de la France selló la asociación de los dos grandes modelos de historia social de la posguerra.
La primacía del factor económico en el desarrollo de las sociedades iba a estar a la orden del día tanto en el pensamiento marxista como en el liberal. En palabras de Labrousse, los tres niveles están vinculados: el nivel económico es por excelencia, aunque no siempre, el movimiento que retrasa el nivel social, que a su vez retrasa el nivel mental. En un periodo excepcionalmente próspero, la investigación se centró en comprender los mecanismos del crecimiento, así como las limitaciones y resistencias al mismo. De ahí las investigaciones sobre la lenta historia de las mentalidades y las estructuras arraigadas, en particular en el periodo premoderno. En Francia, que durante mucho tiempo había seguido siendo rural, se hizo hincapié, tras los trabajos pioneros de Marc Bloch, en la historia agraria, en la obra de una nueva generación de historiadores entre los que se encontraban Georges Duby (1919-1996), Pierre Chaunu (1923-2009) y Emmanuel Le Roy Ladurie (1929-2023), que pronto teorizaría sobre la "historia inmóvil". Esta historia se desarrolló de un modo decididamente cuantitativo, basándose en fuentes a las que no se podía acceder fácilmente y cuyos instrumentos de medición, en particular los ordenadores, eran aún tediosos de utilizar. La historia en serie y el pesaje global estaban entonces a la orden del día.
Marxismo e historia social en Inglaterra
En Inglaterra se estaba desarrollando una corriente de historia social enraizada tanto en la universidad como en el compromiso político marxista. Como académicos, profesores de educación de adultos y activistas, estos historiadores revisaron los grandes temas de la historia británica, como la transición del feudalismo al capitalismo, la revolución inglesa de 1688 y, sobre todo, la revolución industrial. La historia que proponen es una historia desde abajo, una historia del pueblo, de la marginalidad, la revuelta y la resistencia, como ilustra Primitive Rebels de Eric J. Hobsbawm, publicado en 1959, y sobre todo una historia de las clases sociales y las luchas de clases.
Edward Palmer Thompson (1924-1993), en una obra capital, tardíamente traducida al francés, La formación de la clase obrera inglesa (1985; ed. original inglesa, 1963), adopta el punto de vista opuesto a los análisis marxistas clásicos que asocian la clase social y la conciencia de clase al estado de las relaciones económicas de producción. Una clase social es una categoría histórica, la expresión social y política de un proceso histórico conflictivo basado en las experiencias de hombres y mujeres como agentes de la historia. También está determinada en un contexto, el de la revolución industrial, marcado por el crecimiento demográfico, un desarrollo tecnológico sin precedentes y una contrarrevolución política que, en conjunto, condujeron a la exclusión política y social de la clase obrera. Prácticas políticas y eruditas, las historias del pueblo y para el pueblo han caracterizado la identidad colectiva de estos historiadores, que han celebrado un gran número de seminarios y coloquios, publicado colecciones de obras y comentado publicaciones de fuentes.
En 1952, fundaron la revista Past & Present, abierta a historiadores no marxistas y que, en pocos años, se convirtió en una de las revistas de historia más importantes del mundo. Matrimonio exitoso entre el marxismo y una tradición historiográfica nacional profundamente empírica, la historia social inglesa tuvo un impacto duradero en la disciplina, renovando sus métodos y temas (investigación sobre el capitalismo y las clases sociales, pero también sobre los marginados, los rebeldes, los campesinos, la historia de las tradiciones, etc.).
La ciencia social histórica: la escuela de Bielefeld
La historiografía alemana siguió un camino algo diferente al propuesto por los vencedores de la guerra. La historia social había permanecido en gran medida confinada a las facultades de economía, y no fue hasta la década de 1960 cuando se inició un amplio debate con las ciencias sociales, que también se desarrolló a través de un comentario crítico de los Annales.
Hans-Ulrich Wehler (1931-2014), catedrático de Historia de la Universidad de Bielefeld, desarrolló un programa de "ciencia social histórica" inspirado en la sociología de Max Weber; contribuyó al desarrollo de la "Escuela de Bielefeld", basada en dos ideas:
la historia puede ser una ciencia social que aborda la realidad histórica desde la perspectiva del cambio social, y
reafirmó el vínculo entre el compromiso científico y la práctica social.
El eje principal del programa historiográfico es el estudio de la transformación gradual de las estructuras sociales. En la década de 1970, la Universidad de Bielefeld se convirtió en un centro de investigación interdisciplinar, y a Wehler se le unió Jürgen Kocka (nacido en 1941), con quien lanzó una colección de estudios históricos críticos y, en 1975, la revista "Geschichte und Gesellschaft". La nueva historia social alemana weberiana no repudiaba las figuras, pero sí favorecía el estudio de los procesos de transformación de las sociedades industriales.
La influencia internacional de esta escuela, en Italia, América Latina y Estados Unidos, no borra en absoluto la diversidad de corrientes que comparten, en mayor o menor medida, el mismo optimismo científico (basado en el uso de datos cuantitativos y modelos económicos), reviviendo en algunos aspectos el objetivismo del siglo XIX. Una de las versiones más radicales se desarrolló en Estados Unidos en el programa de la nueva historia económica, que se convirtió en una especie de economía retrospectiva, aplicando modelos econométricos al estudio del pasado.
Nuevas perspectivas
Nuevas crisis en el historicismo
A mediados de la década de 1970, el optimismo sobre la expansión infinita del mundo industrial, alimentado por la ciencia y la tecnología, empezó a desvanecerse. La fe en el progreso, el crecimiento y la racionalidad científica se ponía en tela de juicio; los valores compartidos por las corrientes historiográficas establecidas en el optimismo de posguerra de las Trente Glorieuses se tambaleaban. El consenso se rompía por todas partes. Tras el hundimiento del bloque comunista, algunos se apresuraron a proclamar el fin ilusorio de la historia, mientras que otros diagnosticaron una crisis en el régimen histórico de las sociedades occidentales, totalmente fijadas en el presente. El final del siglo XX estuvo marcado por una nueva crisis historiográfica, de la que las tensiones entre historia y memoria, el cuestionamiento de la función social del historiador y el lugar de la historia en un mundo "posmoderno" son los signos más espectaculares.
En la historiografía, los grandes modelos explicativos (estructuralista, marxista, liberal) se derrumban. En Francia, Pierre Nora diagnosticó en los años setenta el fin de la historia global y la fragmentación de la historia, el retorno del acontecimiento y la irrupción del presente. En el Reino Unido, Alemania y Estados Unidos se cuestionan los modelos dominantes de historia social.
El cuestionamiento de la historiografía científica también se está manifestando en una fragmentación de paradigmas, una diseminación de programas y una proliferación de corrientes, cuyos proclamados retornos (a la narrativa, a la historia del acontecimiento, a la historia política, etc.), anunciados giros (lingüísticos, críticos, culturales, etc.) y multiplicados manifiestos están complicando un paisaje historiográfico que se ha vuelto confuso.
Dos expresiones han cristalizado temporalmente los debates y controversias: el giro lingüístico y el giro crítico.
El primero, al que casi siempre se hace referencia en su forma estadounidense (linguistic turn), se confunde a menudo con cierto radicalismo posmoderno más específicamente americano, mientras que surgió en otro contexto, el de las controversias sobre la historia social y el análisis del cartismo en Inglaterra.
La segunda surgió a partir del modelo dominante de la "escuela de los Annales" y se organizó en torno al cuestionamiento de un modelo historiográfico que se había establecido en las ciencias sociales como parte de un proceso de reorientación disciplinaria, que había sido precisamente el modelo de la historia social de posguerra.
Más allá de su dimensión a veces violentamente polémica, de estos momentos críticos se pueden identificar tres grandes desplazamientos: las representaciones, las escalas de análisis y el género, en torno a los cuales se organizaron las transformaciones e innovaciones de la disciplina surgidas en Inglaterra, Estados Unidos, Italia y Alemania.
Representaciones
La realidad histórica siempre se percibe y se representa a través del lenguaje. Esta mínima expresión del giro lingüístico se ha radicalizado, a veces hasta el extremo: la realidad queda fuera de nuestro alcance, sólo el lenguaje puede expresarla y sólo el lenguaje constituye una o incluso toda la realidad. Esta reducción al lenguaje, combinada con una virulenta impugnación de la modernidad, la racionalidad científica y el progreso, ha derivado hacia un peligroso relativismo cuando se ha confrontado con el discurso negacionista.
Sin embargo, el giro lingüístico no puede reducirse a meros excesos posmodernistas, ya que la referencia al lenguaje ha sido fundamental para la renovación de la historia intelectual en Estados Unidos e Inglaterra, de la Begriffsgeschichte (la historia de los conceptos en Alemania), y también para la renovación de la historia social y la historia de las representaciones. En Inglaterra, por ejemplo, uno de los más prestigiosos historiadores de las clases trabajadoras, Edgar Stedman Jones, publicó en 1983 una colección de artículos, Languages of Class (Lenguajes de clase), que también supuso un importante punto de inflexión en la tradición representada por E. P. Thompson; proponía reconsiderar el papel del lenguaje, la conciencia y la experiencia como elementos organizadores y no determinantes de las formas sociales, invirtiendo así los términos del enfoque marxista clásico de la ideología.
Microhistoria
Otra transformación innovadora surgió en Italia. La microhistoria introdujo un modelo de análisis que desafiaba el enfoque sociológico clásico y los presupuestos científicos, al tiempo que mantenía un enfoque rigurosamente racionalista que la diferenciaba de los excesos relativistas de la época. A pesar de contar con una revista, Quaderni storici, y una colección de obras, los historiadores que se reunieron bajo esta etiqueta (Edouardo Grendi, Carlo Ginzburg, Giovanni Levi y Andriano Prosperi) no marcaron una pauta. Destacan por su sensibilidad y sus particulares formas de acercarse a la realidad histórica.
De esta "ingeniosa caja de herramientas" que es la microhistoria, por utilizar la expresión de Paul André Rosental, surgen varias ideas clave. En primer lugar, la microhistoria no es una reducción a lo local o a la biografía; es un enfoque complejo que pretende cambiar la perspectiva sobre el objeto, desplazar el punto de vista macrohistórico de las categorías sociológicas para acercar el análisis lo más posible a los actores y a los casos singulares que se seleccionan por su capacidad para poner a prueba modelos generales. Al jugar con diferentes escalas, la microhistoria prescinde de la preocupación por la representatividad y la acumulación estadística para identificar y analizar los procesos sociales lo más cerca posible de su actualidad.
La microhistoria no abandona en absoluto la ambición de la historia como ciencia social, pero profundiza en las cuestiones que plantea, hace más complejas sus metodologías, revisa las alianzas disciplinarias, en particular los vínculos con la antropología, e introduce una forma de experimentación en la investigación histórica al centrarse en procesos que pueden haberse dado en otros contextos sociohistóricos. El importante artículo de Carlo Ginzburg "Signos, huellas, índices: las raíces de un paradigma indiciario" puso ciertamente en tela de juicio la pertinencia del modelo "Galileo" de ciencia aplicada a la historia, pero lo sustituyó por un enfoque que sigue siendo racional y muy riguroso; otros microhistoriadores como Giovanni Levi y Maurizio Gribaudi no han renunciado a los instrumentos estadísticos.
La "historia de la vida cotidiana"
La fortuna de la microhistoria, moldeada por los debates historiográficos, en particular sobre la aportación de los Annales en Italia, ha producido a su vez nuevas formas en el extranjero. En Alemania, la historia de la vida cotidiana siguió los pasos de los microhistoriadores. Inicialmente, la "historia de la vida cotidiana" (Alltagsgeschichte) pretendía echar un vistazo a los "perdedores" y los "excluidos" de la historia. Los historiadores alemanes comparten con sus colegas italianos la misma atención a lo singular, a lo irreductible, a los actores. Sin embargo, la Alltagsgeschichte pronto desarrolló su propia estructura, métodos, instituciones y revistas, en una relación muy conflictiva con la Sozialgeschichte establecida en Bielefeld.
Los historiadores de la vida cotidiana dieron prioridad a la "visión desde abajo", a la esfera privada y a los hábitos de vida, que se convirtieron en las claves para cuestionar y comprender la construcción de los vínculos sociales. Privilegiando la "experiencia personal", la historia de la vida cotidiana valora todas las formas de "ego-documento" y trata de captar una totalidad social desde dentro. Hans Medick, por ejemplo, en una obra monumental, se propuso comprobar la "protoindustrialización" en el "campo" de la ciudad suaba de Laichingen entre 1650 y 1900.
La referencia antropológica ha sustituido aquí a la referencia macrosociológica weberiana de la corriente rival. Junto con Richard van Dülmen y Alf Lüdkte, Medick fundó la revista Historische Anthropologie. Siguiendo los pasos de los "talleres de historia" británicos, los historiadores de la vida cotidiana crearon "talleres de historia" (Werkstattgeschichte) abiertos a investigadores, profesores y público en general, que contribuyeron a numerosas publicaciones, colecciones y revistas.
De la historia de las mujeres a la historia del género
La noción de género, importada tanto de Estados Unidos como de la biología -el concepto se formuló para distinguir entre sexo biológico y género sociocultural-, no se estableció hasta más tarde como una categoría que designaba a la vez un elemento constitutivo de las relaciones sociales y una forma ya fundamental de cuestionar y significar las diferencias y jerarquías en las sociedades. Fue también como forma de "significar las relaciones de poder" como la estadounidense Joan Scott defendió el concepto en su ya clásico artículo "Género: una categoría útil de análisis histórico" (1985).
El "género" ha contribuido a descompartimentar y transformar la historia de las mujeres al abrir la reflexión sobre la historia de las relaciones reales y simbólicas entre mujeres y hombres, que ahora se consideran como individuos de género. Ha abierto la historia, y la historia social en particular, a nuevas y fundamentales cuestiones sobre las múltiples identidades sociales y culturales de individuos y grupos, proponiendo una "relectura con perspectiva de género" de los problemas clásicos de la historia social, política y cultural. Aunque la categoría impregna actualmente la investigación histórica, los enfoques y usos del género siguen siendo muy diversos, sobre todo en relación con su significado americano.
En Francia, el término está luchando por imponerse, y todavía se denomina a menudo historia de las mujeres. Y aunque, según Michèle Riot-Sarcey, "el método es más importante que el uso de la palabra género como herramienta analítica", su definición no es unánimemente aceptada, sobre todo porque la distinción sexo natural-género cultural sigue fijada en la división entre naturaleza y cultura, mientras que el concepto de género no se reduce a la oposición masculino-femenino, sino que también hace referencia a la diversidad de sexualidades (homosexualidad, transexualidad, etc.).
La historia en el presente, la irrupción de la memoria
La historia de las representaciones, la microhistoria y la historia del género han sido los tres grandes temas transversales de las últimas décadas, suscitando a veces controversias y polémicas. Las razones de ello tienen menos que ver con las polarizaciones intelectuales que con la explosión del número de universitarios, con la aglomeración de los mercados que conduce a una competencia y una rivalidad exacerbadas, fomentando la difusión de la investigación, los intentos de reactivación epistemológica y la dispersión de las tradiciones.
Estos cambios, a veces contradictorios, se han caracterizado por otros dos grandes movimientos: la aparición y ahora preeminencia de la historia de lo contemporáneo; y el desmoronamiento del antiguo binomio "historia-memoria", que durante mucho tiempo había estado unido bajo el emblema de la nación. La hegemonía de la historia contemporánea refleja la aceleración de la historia, las rápidas, profundas e inciertas transformaciones del mundo moderno y un giro hacia el presente, que cada vez más se considera sin futuro previsible.
El presente impone un nuevo régimen de historicidad, abriendo una crisis historicista que afecta profundamente a las sociedades posmodernas en su búsqueda y demanda de memoria. El papel del historiador está siendo cuestionado: sus funciones de crítico y mediador de la memoria están siendo socavadas, y sus privilegios de cientificidad y civismo están en juego.
Qué te parecen estas escuelas y corrientes históricas?