Las Teorías Morfológicas para acercar la Filosofía y la Ciencia
De hecho, la distancia entre ciencia y filosofía quizá no sea tan irremediable como podría pensarse.
Las Teorías Morfológicas para acercar la Filosofía y la Ciencia
Se lleva a cabo un breve análisis sobre las Teorías Morfológicas, en su relación con la filosofía de la ciencia, que es una de las ramas de la filosofía. Véase:
Visualización Jerárquica de Filosofía de la Ciencia
Ciencia > Humanidades > Ciencias sociales > Filosofía > Filosofía de la Ciencia
A continuación se examinará el significado.
¿Cómo se define? Concepto de Filosofía de la ciencia
Véase la definición de Filosofía de la ciencia en el diccionario.
Acercar la Ciencia y la Filosofía: el caso de las Teorías Morfológicas
Por lo que respecta a la ciencia, es decir, a la ciencia positiva, la filosofía es acientífica y básicamente delirante. No somete sus proposiciones al escrutinio de la experiencia y es incapaz de justificar lo que avanza. Para la filosofía, la ciencia no piensa. Es un punto de vista sobre la realidad que no sólo es erróneo, sino limitado. Puede ser exacto, pero eso no significa que sea verdadero. Varias voces se han alzado para lamentar este malentendido mutuo, entre ellas las de los defensores del método experimental.
Claude Bernard, por ejemplo, consideraba que la ciencia y la filosofía "deben estar unidas" y que "su separación sólo podría ser perjudicial para el progreso del conocimiento humano". La filosofía, con su constante tendencia a elevarse, conduce a la ciencia de vuelta a la causa o fuente de las cosas. Muestra a la ciencia que existen cuestiones ajenas a ella que acosan a la humanidad y que aún no ha resuelto. Esta sólida unión de ciencia y filosofía es útil para ambas, elevando a una y conteniendo a la otra. Pero si el eslabón que une filosofía y ciencia se rompe, la filosofía, privada del apoyo o contrapeso de la ciencia, se eleva hasta donde alcanza la vista y se pierde en las nubes, mientras que la ciencia, dejada sin dirección ni aspiración elevada, cae, se detiene y navega aventurera" (Introducción al estudio de la medicina experimental).
De hecho, la distancia entre ciencia y filosofía quizá no sea tan irremediable como podría pensarse. La ciencia contemporánea no es un conjunto tan homogéneo como hemos dicho hasta ahora. Están surgiendo una serie de nuevas orientaciones que tienden a cuestionar los postulados y objetivos fundamentales de la tecnociencia. Con ello no nos referimos a ninguna teoría en particular, sino a un conjunto de investigaciones que desde hace varios años llevan a cabo de forma independiente matemáticos y físicos teóricos, y que tienen como rasgo común el interés por la morfogénesis, es decir, la evolución de las formas que pueden adoptar los objetos de nuestro mundo, tanto animados como inanimados. Entre ellas se encuentran la teoría de las catástrofes de René Thom, la teoría de los fractales de Benoît Mandelbrot, la teoría de las estructuras disipativas de Ilya Prigogine y la teoría del caos y los atractores extraños de David Ruelle.
A través de estas teorías, que pueden denominarse morfológicas, se está produciendo una reconciliación de la ciencia y la filosofía. Recuperan ciertos rasgos del pensamiento filosófico tradicional, sin pretender, por supuesto, sustituir a la filosofía. Son estos rasgos, y más concretamente dos de ellos -la dimensión teórica o contemplativa, por un lado, y la finalidad enciclopédica, por otro-, los que nos gustaría discutir.
Preocupación por la inteligibilidad
Con René Thom, podemos asignar dos objetivos fundamentales a la ciencia: la acción o el conocimiento. El matemático afirma: "Si es legítimo considerar el conjunto de las actividades científicas como un continuo, lo cierto es que este continuo tiene, por así decirlo, dos polos. Un polo concierne al conocimiento puro: comprender la realidad es, en este punto, el objetivo fundamental de la ciencia. El otro polo concierne a la acción: actuar eficazmente sobre la realidad, ése sería el objetivo de la ciencia desde este punto de vista" (Modèles mathématiques de la morphogenèse). Básicamente, hay dos tipos de ciencia. Algunas son muy eficaces pero no aumentan nuestra comprensión del mundo: es el caso de la mecánica cuántica y de la tecnociencia en general. Otras, por el contrario, hacen más inteligible la realidad, pero no nos permiten actuar sobre ella: es el caso de las teorías morfológicas y de todas las teorías cualitativas en general.
Para apreciar la importancia de esta oposición, debemos situarla en un contexto más general, el del problema de lo local y lo global. La acción", dice Thom, "se dirige esencialmente a resolver los problemas locales, mientras que la comprensión se dirige a lo universal y, por tanto, a lo global". Pero "por una aparente paradoja", añade, "los problemas locales requieren medios no locales para su solución, mientras que la inteligibilidad exige la reducción del fenómeno global a situaciones locales típicas, cuya omnipresencia las hace inmediatamente comprensibles". Toda acción implica mirar más allá del fenómeno y pasar de lo local a lo global. La acción eficaz, la única que tiene algún interés práctico, es aquella en la que esta transición está rigurosamente controlada. Este control presupone evidentemente que podemos anticipar el curso de los acontecimientos, es decir, que podemos predecir lo que ocurrirá si actuamos de una manera determinada.
La comprensión, en cambio, implica pasar de lo global a lo local. Requiere, dice Thom, "la concentración de lo no local en una estructura local". Por eso "una teoría no local no puede considerarse científica en el sentido estricto del término: sólo conocemos y actuamos localmente". La localización de lo global, fuente de inteligibilidad, puede lograrse de varias maneras. Una posibilidad es introducir una ontología concreta oculta "bajo" la fenomenología global dada. Así funciona el atomismo: los movimientos locales de los átomos explican las propiedades globales de los cuerpos. La localización también puede resultar de la construcción de una estructura abstracta local "por encima" de una fenomenología.
Este es el camino que siguen las teorías morfológicas. La teoría de las catástrofes da cuenta de una morfología empírica, de naturaleza global, a través de un logos, que es una estructura eminentemente local. Del mismo modo, la teoría fractal da cuenta de las formas naturales a través de otras formas matemáticas, generadas por procedimientos recurrentes locales. La teoría de las estructuras disipativas y la teoría del caos explican las estructuras empíricas mediante la construcción de sistemas o atractores localmente dinámicos. Explicar las formas empíricas globales mediante formas geométricas locales no aumenta en absoluto nuestro poder sobre el mundo, pero sí nuestra sensación de inteligibilidad.
Las teorías morfológicas no producen nuevas morfologías, sino que fundamentan las morfologías existentes, sobre cuya aparición tienen poco o ningún control, en el ser, es decir, las deducen de una estructura matemática (singularidad de un sistema potencial y dinámico) que es lógica y ontológicamente primaria. Al hacerlo, rehabilitan un viejo tema, rechazado por la ideología neopositivista, según el cual "todo conocimiento es un conocimiento a través de causas". Explican lo fenoménico dado remontándose a las causas que le dieron origen, no por supuesto a las causas eficientes, que operan en el mismo espacio que la morfología estudiada, sino a las causas formales, que son las únicas verdaderamente racionales.
En general, sitúan la contemplación por encima de la acción, una "enorme audacia", dice J. Largeault, "en un siglo en el que la investigación está enmarcada, sujeta a imperativos de rendimiento o a rutinas administrativas". Impulsados únicamente por el deseo de comprender el mundo, de ver cómo actúan en él nuevas racionalidades, recuerdan a la ciencia su vocación teórica esencial. Al hacerlo, reviven una de las principales preocupaciones de la filosofía, y sus promotores no dudan en situarse bajo los auspicios de filósofos que, hay que reconocerlo, hace tiempo que dejaron de ser una referencia obligada para los autores de tratados científicos.
Por ejemplo, Thom dice: "Descartes, con sus vórtices, átomos enganchados, etc., lo explicaba todo y no calculaba nada. Newton, con su ley de la gravitación en 1/r2, lo calculó todo y no explicó nada. La historia ha dado la razón a Newton y ha relegado las construcciones cartesianas al rango de imaginaciones gratuitas y recuerdos de museo. Es cierto que el punto de vista newtoniano está plenamente justificado desde el punto de vista de la eficacia, de las posibilidades de predicción y, por tanto, de acción sobre los fenómenos...". Pero "las mentes preocupadas por la comprensión", añade, "nunca tendrán la actitud despectiva del cientificismo cuantitativo hacia las teorías cualitativas y descriptivas desde los presocráticos hasta Descartes". Al preferir a Descartes antes que a Newton, Thom no sólo va en contra de la ortodoxia contemporánea -lo que sin duda no le desagrada-, sino que elige ante todo el lado de la inteligibilidad.
Un nuevo enciclopedismo
Las teorías morfológicas no sólo están vinculadas a la tradición filosófica por la primacía que conceden a la theôria, sino también por su objetivo enciclopédico. Pretenden ser universales. Nuestros modelos", escribe Thom, "atribuyen toda morfogénesis a un conflicto, a una lucha entre dos o más atractores; volvemos así a las ideas de hace dos mil quinientos años de los primeros presocráticos, Anaximandro y Heráclito. Estos pensadores han sido acusados de confusionismo primitivo, porque utilizaban términos de origen humano o social como conflicto, injusticia [...] para explicar las apariencias del mundo físico. En nuestra opinión, se equivocaron bastante al hacerlo, porque tenían esta intuición profundamente acertada: las situaciones dinámicas que rigen la evolución de los fenómenos naturales son fundamentalmente las mismas que rigen la evolución del hombre y de las sociedades, por lo que el uso de términos antropomórficos en física está fundamentalmente justificado" (Estabilidad estructural y morfogénesis). Las morfologías naturales o físicas obedecen a las mismas leyes que las morfologías humanas o sociales.
Ambas resultan de situaciones matemáticas comparables, por ejemplo la escisión de un atractor en otros dos o más que entran en conflicto en el mismo espacio de sustrato. Desde este punto de vista, Heráclito tenía razón al decir que "el combate (polemos) es el padre de todas las cosas", o Anaximandro que las cosas "se administran unas a otras el castigo y la expiación por su maldad, según el tiempo fijado".
La base de la universalidad de las teorías morfológicas es el principio de la independencia de la forma respecto al sustrato. La misma forma puede encarnarse en dos soportes diferentes, y la misma estructura puede aparecer en sistemas compuestos por elementos pertenecientes a dominios heterogéneos de la realidad. En la teoría de las catástrofes, por ejemplo, un frontispicio es capaz de modelizar tanto las transiciones de fase en física como el comportamiento de un animal en etología, revelando al mismo tiempo un vínculo entre fenómenos cuando menos inesperados. De hecho, esta teoría tiene un campo de aplicación prácticamente ilimitado. Se ocupa de una gran variedad de fenómenos y, en este sentido, contrasta con la especialización del conocimiento que es la norma hoy en día. Las teorías morfológicas consiguen crear vínculos "horizontales" entre disciplinas tan diversas como la física y la sociología, la química y la economía, etcétera.
Luchan contra la fragmentación del conocimiento descubriendo la unidad estructural fundamental de la naturaleza. La fuente profunda de esta interdisciplinariedad reside en el poder generativo de las matemáticas. El lenguaje de la interdisciplinariedad", afirma Thom, "es necesariamente matemático [...]. Sólo cuando un concepto de origen experimental ha sido matematizado, liberado por abstracción de su entorno original, puede empezar a desempeñar un papel interdisciplinar".
Lejos de reducirse a una nueva rama de la física y de las ciencias naturales en general, proponiéndose aprehender, mediante procedimientos novedosos, un aspecto de nuestro mundo que hasta ahora ha permanecido en la sombra, las teorías morfológicas prefiguran lo que los filósofos de la ciencia denominan un "cambio de paradigma". No comparten los principios que guían e inspiran la práctica científica ordinaria, sino que rompen con la ideología tecnocientífica y positivista que la rige.
Esta ruptura, que algunos podrían estar tentados de considerar como una marca de no cientificismo, es al mismo tiempo un regreso a una época en la que ciencia y filosofía no eran aún dos términos antitéticos, como han llegado a ser desde entonces. Estas teorías reviven una vieja idea de la ciencia, y quizá la única que es básicamente sostenible, la de una ciencia que permite comprender la realidad, y no sólo actuar sobre ella. En cualquier caso, nos muestran que la tecnología no es inevitable para la mente científica.
La Filosofía de la Ciencia y su Historia
Nota: En referencia a las particulares escuelas de filosofía mencionadas aquí, se puede consultar, en esta plataforma digital, lo siguiente:
las escuelas filosóficas; y