
Latinoamérica a Principios del Siglo XX
Introducción Què «tranco» avanzan los países americanos herederos de la colonización ibérica en los primeros treinta años de nuestro siglo XX?.
Tal vez —y sin tal vez— el tranco irreversible de la afirmación de su personalidad diferenciada, el salir de la indeterminación, incluso de la amenaza de ser asimilados por otros mundos y culturas, y aparecer definitivamente como una comunidad humana distinta, mejor o peor, pero distinta. Pese a todos sus dramáticos desgarrones, empieza a tener conciencia de ser otra comunidad en el mundo.
Ante el cuello interrogante de los cisnes, el poeta nicaragüense se había preguntado: «¿Seremos entregados a los bárbarosñeros ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés»
En los años primeros del siglo XX, el interrogante que se cernía sobre el ánimo acongojado de Rubén Darío va a quedar resuelto: no hablaremos inglés, no iremos disolviéndonos en otra comunidad humana: mejores o peores, más libres o más sometidos, seremos otros, formamos ya para la historia futura otra comunidad humana.
José luis Rubio Cordón, autor de este artículo, es profesor de movimientos políticosociales de iberoamérica en la facultad de ciencias políticas y sociología de la universidad complutense de madrid.
Cronología básica 1901-1930
1901 (21 junio) CUBA: « Enmienda Platt» a la Constitución norteamericana que «concede» a Estados Unidos el derecho a intervenir en la isla Theodore roosevelt sucede al asesinado McKinley en la presidencia de Estados Unidos. Intervencionismo creciente en los asuntos continentales 1902 CUBA: salida oficial de Estados Unidos de la isla 1903 (3 noviembre) PANAMÁ: se establece la república, independiente de Colombia (18 noviembre) PANAMÁ: tratado con Estados Unidos por el cual éstos podrán construir un canal interoceánico, adquiriendo el dominio de una zona de 8 kilómetros de ancho a cada lado del mismo 1904 (17 noviembre) Bolivia cede a Brasil el territorio del Acre 1905 REP. DOMINICANA: Estados Unidos se hace cargo de la administración de las rentas aduaneras 1906 CUBA: segunda intervención norteamericana 1908 VENEZUELA: Juan Vicente Gómez derroca al dictador Cipriano Castro e instaura su dictadura personal (hasta su fallecimiento en 1935) 1910 (5 octubre) MÉXICO: «Plan de San Luis» de Francisco I. Madero, pidiendo el levantamiento contra el dictador Porfirio Díaz (quien detentaba el poder desde 1876). comienzo de la revolución mexicana 1911 (25 mayo) MÉXICO: Porfirio Díaz abandona el poder (6 noviembre) MÉXICO: Francisco I. Madero asume la presidencia (25 noviembre) MÉXICO: Emiliano Zapata lanza el «Plan de Ayala»* 1912 CHILE: fundación del partido socialista obrero por Luis Emilio Recabarren. CUBA: tercera intervención norteamericana. NICARAGUA: fuerzas norteamericanas se establecen en el país, llamadas por el presidente Adolfo Díaz (permanecen hasta 1925) 1913 (22 febrero) MÉXICO: Francisco I. Madero es asesinado. Victoriano Huerta se hace con la presidencia. rebelión generalizada contra Huerta (4 marzo) Woodrow Wilson ocupa la presidencia norteamericana. Giro en la política Hacia México, favorable a Carranza 1914 (21 abril) MÉXICO: Estados Unidos ocupa la ciudad de Veracruz (Agosto) comienzo de la guerra europea Concluyen las obras del canal de Panamá REP. DOMINICANA: nueva intervención de los norteamericanos 1915 (6 enero) MÉXICO: Venustiano Carranza promulga la ley agraria 1916 ARGENTINA: el radical Hipólito Irigoyen es elegido presidente NICARAGUA: tratado con Estados Unidos por el que se otorga a éstos una zona para construir un nuevo canal interoceánico REP. DOMINICANA: Estados Unidos asume el gobierno (hasta 1924) 1917 (5 febrero) MÉXICO: se promulga la constitución elaborada en Querétaro (vigente, con modificaciones, hasta hoy) PUERTO RICO: el congreso norteamericano concede a los puertorriqueños la ciudadanía norteamericana (Noviembre, octubre para el calendario ruso) Revolución Rusa. Comienzo de la construcción del estado socialista soviético 1918 (15 junio) Manifiesto liminar de los estudiantes de la universidad de Córdoba (Argentina), iniciando el movimiento de reforma universitaria 1919 (10 abril): MÉXICO: asesinato del líder campesino Emiliano Zapata En Buenos Aires se celebra la I conferencia socialista y obrera panamericana PERÚ: Augusto B. Leguía ocupa el poder, manteniéndose en el mismo dictatorialmente (hasta 1930) 1920 (21 mayo) MÉXICO: muere asesinado el presidente Venustiano Carranza, el hombre más decisivo de la revolución mexicana (12 julio) inauguración oficial del canal de Panamá. GUATEMALA: derrocamiento del dictador Manuel Estrada Cabrera, que gobernaba desde 1898, habiendo facilitado la penetración de capital norteamericano (especialmente de la United Fruit Co.) (hasta 1922) visita al continente de dos emisarios de la internacional comunista (Komintern), fundada en Moscú en 1919: el hindú Manabendra Nath Roy y el japonés Sen Katayama, que inician la creación de partidos comunistas 1921 se celebra en México el I congreso internacional de estudiantes de la reforma universitaria ARGENTINA: 250 muertos resultan en la represión de las huelgas obreras en la Patagonia 1922 (28 octubre) «Marcha sobre Roma» en Italia. Comienzo de la época fascista 1924 (21 enero) fallece Lenin. Comienzo en la URSS de la época estalinista (7 mayo) Víctor Raúl Haya de la Torre, peruano, funda en México la alianza popular revolucionaria americana (APRA) Fundación en Buenos Aires de la liga Antiimperialista BRASIL: prestes atraviesa el país al frente de una columna rebelde (concluirá en 1927) CHILE: se suicida Luis Emilio Recabarren. CUBA: Comienzo de la dictadura del general Gerardo Machado (permanecerá hasta 1933) HONDURAS: Estados Unidos ocupa el país por un año 1925 CHILE: abandono del régimen parlamentario y retorno al presidencialista 1926 MÉXICO: conflicto entre la iglesia y el estado, bajo la presidencia de Plutarco Elias Calles. Comienzo de la sublevación «cristera» NICARAGUA: fuerzas norteamericanas vuelven a ocupar el país, provocando posteriormente el levantamiento guerrillero de César Augusto Sandino 1927 (febrero) I congreso Antiimperialista Mundial en Bruselas 1928 el Antiimperialismo y el Apra, de Víctor Raúl Haya de la Torre Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de José Carlos Mariategui. ARGENTINA: El radical Hipólito Irigoyen es elegido presidente por segunda vez 1929 fundación en Buenos Aires de la asociación continental americana de trabajadores (ACAT), Anarcosindicalista, filial de la asociación internacional de trabajadores (AIT), fundada en Berlín en diciembre de 1922. fundación en Montevideo de la confederación sindical latinoamericana (CSLA), comunista, filial de la internacional sindical roja (ISR), fundada en Moscú en 1921 como paralelo sindical de la Komintern (1-12 junio) en Buenos Aires, conferencia comunista continental (24 y 29 octubre) «jueves negro» y «martes negro» en la bolsa de Nueva York. Comienza la Gran Depresión MÉXICO: acuerdos entre la iglesia y el estado. Fin de la guerra cristera Tratado chileno-peruano por el que se devuelve Tacna a Perú y Chile permanece con Arica. Bolivia no recupera su salida al mar 1930 (11 noviembre) Brasil: Getulio Vargas se hace con el poder, iniciando la época del varguismo en Brasil y de los populismos en iberoamérica. ARGENTINA: el general Uriburu derroca al presidente Irigoyen REP. DOMINICANA: es elegido presidente Rafael Leónidas Trujillo, quien establece una dictadura que ejercerá, directa o indirectamente, hasta su asesinato en 1961. PERÚ: el dictador Leguía es depuesto por una sublevación encabezada por el comandante Sánchez Cerro. PERA: fallece José Carlos mMriategui La afirmación de la propia personalidad
Y esa afirmación se hace como respuesta a una agresión: la agresión del norte continental, de Estados Unidos. Durante todo el siglo XIX ha existido una dominación británica evidente. Pero es como si no se hubiera percibido globalmente, como si sólo unos cuantos, no las mayorías, se hubieran dado cuenta de que, paso a paso, desde los días de la emancipación de las coronas peninsulares, el mundo ibérico del nuevo continente había sido ordenado, sometido a una división internacional del trabajo decidida por Inglaterra. El paso a la dominación norteamericana, por el contrario, se percibe dolorosamente por las mayorías. Y ello hace nacer una gran respuesta colectiva, una afirmación generalizada, de norte a sur, de México a la Tierra de Fuego: estamos dominados, somos otros, y somos una comunidad.
Ello se va a producir en los años iniciales del siglo, especialmente a partir de la segunda década del mismo. Como una partida de bautismo. O, mejor, como una confirmación. No un nacimiento, pero sí una toma de conciencia: un nacimiento mental.
Cuando se produce la emancipación de Brasil y de los países hispanoame ricanosrespecto a la dominación de las coronas portuguesa y española, es de sobra conocido —un tópico ya, pero plenamente fundamentado— que se alcanza, no la independencia —como la habían alcanzado las colonias inglesas en América del Norte—, sino una nueva dependencia, esta vez respecto a una metrópoli con capacidad económica para serlo. Las viejas metrópolis peninsulares no habían alcanzado, desde el punto de vista económico, su adecuación como tales metrópolis, con capacidad de absorción de productos primarios y de elaboración de manufacturas. Su dedicación preferente a la absorción de metales preciosos permitió la compra de las manufacturas en el resto del viejo continente europeo, desmantelando la artesanía propia. Ni el intento de los Borbones en España pudo evitarlo. La peninsu. la Ibérica, desde el punto de vista de la economía, actuaba como intermediaria del naciente imperialismo económico europeo. Pero era una intermediaria molesta y obstaculizadora. Y los criollos propietarios de América —herederos de los errores colonizadores de España y Portugal—, con capacidades inéditas para asumir plenamente el carácter de oligarquía intermediaria de una auténtica metrópoli, acabaron derribando el obstáculo: se emanciparon de España y Portugal y se vincularon directamente con la neometrópoli británica. Constituyeron, así, las primeras «neocolonias».
La «paz» neocolonial Inglaterra asumió el papel de beneficiaría y de directora de orquesta. Hizo la historia de los viejos —y jóvenes— países hispánicos, trazó, incluso, los límites de algunos de ellos, hizo y deshizo naciones. Tras motines, guerras, convulsiones, triunfos de unos y derrotas de otros, la mano de Inglaterra aparece ejerciendo el papel decisorio. Las provincias del Río de la Plata, nucleadas en el interior artesano y próspero, preindustrial, se constituyen en la Argentina y el Uruguay de la costa, grandes puertos de embarque de los granos, carnes, cueros y lanas que Inglaterra necesita. Tras la guerra del Pacífico, de tan calamitosos resultados para Bolivia y Perú, asoman los intereses británicos. La experiencia diferente—alarmante y escandalosa, «un mal ejemplo»— del Paraguay cae abatida por la Triple Alianza —Argentina, Brasil y Uruguay— en una guerra de auténtico exterminio, para mayor gloria de los intereses de Londres... Ese es el trasfondo histórico del siglo XIX.
Ello había significado:
— El fin de la posibilidad de una independencia verdadera, similar a la que había forjado en el norte Estados Unidos.
— La creación, en su lugar, de un nuevo sistema de colonialismo («neocolonialismo»: países soberanos jurídicamente, ante la ley internacional, pero sometidos económica y políticamente, e incluso mentalmente).
— La adopción, como característica esencial del sistema, de políticas de libertad de comercio (librecambio), que hundieron las posibilidades de crecimiento burgués industrial propio. (Lo contrario de la política puesta en marcha en Estados Unidos.)
— La consecuente inexistencia, durante muchas décadas, de un proletariado urbano industrial y, en consecuencia, de un movimiento sindical propio.
— La fragmentación no sólo física, sino, más aún, mental del mundo iberoamericano, la desaparición de cualquier espíritu bolivariano de «patria grande», para levantar un hervidero de sentimientos de «patrias chicas», recelosas del vecino, en perpetuas beligerancias fronterizas (de las que, con frecuencia, nombran árbitro a la potencia dominadora y azuzadora de las divisiones).
— Finalmente: un sentimiento íntimo de autodenigración colectiva, la idea difusa, pero hondamente inoculada en el espíritu de las minorías dirigentes, de que, para salir de la situación de inferioridad respecto a lo «moderno» —lo occidental europeo y norteamericano—, había que «ser otros», no ya ser mejores partiendo de la propia personalidad. Lo ibérico y lo indígena eran herencias vergonzosas. Y, como eran las únicas que había en la sangre, se precisaba inocular masivamente otros acervos de cultura, de política, de costumbres y de mentalidad.
Todo este complejo sistema, montado en las primeras décadas desde la emancipación, está completado al alcanzarse los años setenta. Las rebeldías están vencidas. El sistema neocolonial puede funcionar sin tropiezos, perfectamente: la neometrópoli dispone, y en las neocolonias unas minorías intermediarias —las oligarquías locales— desempeñan eficazmente el papel que en las colonias directas han de asumir los funcionarios y los ejércitos imperiales. Desde las colonias llegan productos primarios, que crea el trabajo popular, y la neometrópoli proporciona las manufacturas que consumen los sectores locales con poder adquisitivo, desde luego nunca aquellas clases que generaron los bienes exportados. La neometrópoli fija los precios de lo que importa y de lo que exporta: sus beneficios crecen continuamente.
Entrar en el siglo XX De esta forma, a partir de los años setenta, la neometrópoli alcanza el grado de dominación imperialista definitivo: ya puede exportar, no sólo excedentes de manufacturas, sino también excedentes de capital. Vierte sobre las neocolonias americanas parte considerable de sus acumulaciones, crea en ellas empresas capitalistas modernas. (El capitalismo, dirá por ello más tarde el aprista Haya de la Torre, llega a nuestra América como resultado del imperialismo, y no al revés como en Europa, según la definición de Lenin: «El imperialismo, fase superior del capitalismo.») Pero ese capital y esas empresas no vienen para producir en estos países el mismo tipo de desarrollo que se produjo en el país de origen, sino para aumentar su grado de dependencia: no instalan industrias básicas o dedicadas al consumo interno; instalan empresas de comercialización, de transporte, de servicios, financieras..., se modernizan las atrasadas instalaciones de las fuentes de riqueza minera o agropecuaria. Nace un capitalismo, pero dependiente, rueda de un engranaje más amplio. La burguesía que surge es también burguesía dependiente, ligada a estas empresas. Y paralelamente los sectores proletarios que aparecen en estas empresas forman un movimiento obrero integrado en su mayor parte por inmigrantes europeos, con las ideologías y los métodos de lucha europeos, y sus controversias entre bakuninistas y marxistas. (También aquí, a la inversa que en Europa, llega primero la Internacional y después los sindicatos.)
Cuando se alcanza el nuevo siglo —con la previa desaparición definitiva del poder español en América, tras la guerra hispanonorteamericana de 1898—, el sistema neocolonial está funcionando a plenitud, en su mejor momento.
Apunta Celso Furtado:
«Los tres decenios que anteceden a la Primera Gran Guerra constituyen en el conjunto de América Latina un período de rápido desarrollo económico e intensa transformación social...» «América Latina se transforma en un componente de importancia del comercio mundial y en una de las más significativas fuentes de materias primas para los países industrializados. En 1913, su participación en las exportaciones mundiales de cereales alcanzaba 17, 9 por 100, en la de productos pecuarios 11,5 por 100, en la de bebidas (café, cacao, té) 62,1 por 100, en la de azúcar 37,6 por 100, en la de frutas y legumbres 14,2 por 100, en la de fibras vegetales 6,3 por 100 y en la de caucho y pieles y cueros 25,1 por 100.» (C. Furtado: La economía latinoamericana, Siglo XXI editores. México, 1969, págs. 54 y 55.)
El modelo neocolonial marcha bien. Naturalmente, para la metrópoli y para sus agentes locales. Sistemas dictatoriales (los ejemplos abundan: Porfirio Díaz en México, Vicente Gómez en Venezuela, Manuel Estrada Cabrera en Guatemala...) o sistemas formalmente democráticos —democracias «de minoría»— son sólo la apariencia de sistemas oligárquico-dependientes: la neometrópoli rige, comercia, obtiene beneficios crecientes; la oligarquía local se encarga de dominar a sus campesinos y mineros (y de parecerse en costumbres, educación y pensamiento a los ingleses, franceses o norteamericanos), prospera y obtiene a cambio seguridades y asistencia contra las rebeldías; el pueblo campesino —y sobre todo el indígena— aguanta, trabaja y sufre en condiciones de semiesclavitud: sus niveles de vida se han reducido a un tercio en el último siglo; de vez en cuando, un levantamiento rabioso los lanza a una aventura sangrienta, siempre mucho más sangrientamente vencida y siempre seguida de un endurecimiento de la servidumbre. (El esquema, que parece pura literatura, puro panfleto, es, desgraciadamente, el reflejo pálido de los hechos.)
Pero también, cuando se alcanza el nuevo siglo, nuevas fuerzas aparecen en escena: clases medias, sectores universitarios, obreros en lucha sindical, algunos —pocos aún— sectores religiosos. Y algunos escritores, que cumplen un papel profétice, desde la poesía al ensayo, desde el nicaragüense Darío al argentino Ugarte.
Una década decisiva: los años diez El sistema neocolonial ha funcionado sin tropiezos de consideración hasta la primera década del siglo XX. Pero en la segunda, en los años diez, el sistema empieza a presentar síntomas de cuarteamiento. En esa segunda década —la decisiva de los primeros treinta años del siglo— se producen acontecimientos de gravedad que iniciarán la alteración del modelo y acabarán, más tarde, llevando a su quiebra. Irrumpen síntomas evidentes de su incapacidad para perpetuarse, al menos sin alteraciones importantes. ¿Cuáles son esos acontecimientos?
Sin duda, como anunciando la década, en 1910, la revolución mexicana. A partir de esta fecha, la rebelión contra el dictador Porfirio Díaz —perpetuado en el poder desde 1876— muestra un tipo de lucha que desborda los conflictos políticos habituales. Fuerzas no previstas surgen «de la tierra» y reabren el capítulo de reivindicaciones agrarias cerrado en falso por el triunfo de las oligarquías locales un siglo antes, y agudizado por la aplicación de las «leyes de reforma» a mediados de siglo. Emiliano Zapata, símbolo de esta lucha campesina, enlaza con Hidalgo y Morelos. La convulsión mexicana conmueve toda la América al sur de sus fronteras, que siente que se ha abierto un nuevo camino, que se han concluido el siglo XIX y la «paz» neocolonial.
Después, el fenómeno de la gran conflagración interimperialista que significa la guerra europea —Primera Guerra Mundial—, a partir de 1914. Los conflictos entre los grandes presentan siempre posibilidades inéditas para los pequeños. Así, en alguna medida, los países americanos dependientes —sobre todo algunos de ellos, con mayor nivel relativo— pueden obtener beneficios nuevos de la situación de conflicto, hasta hacer surgir una incipiente burguesía nacional, productora para el consumo interno.
También el hecho, lejano geográficamente pero actuante en forma decisiva sobre las conciencias de algunos sectores —universitarios, intelectuales y obreros—, de la revolución rusa, a partir de 1917, con la inauguración de una nueva estrategia revolucionaria, la leninista.
Por otra parte, el liderazgo imperial en el continente, como resultado de la guerra europea, para el conjunto de los pueblos iberoamericanos —no para todos, sin duda, tomados uno a uno—, pasa de Inglaterra a Estados Unidos. El creciente interés norteamericano por sus vecinos del sur (demostrado por la lejana «doctrina Monroe», la creación de la Unión Panamericana, la guerra hispano-norteamericana que le permitió intervenir en Cuba y apoderarse de Puerto Rico y Filipinas, la acción que llevó a la creación de la República de Panamá en 1903 con el subsiguiente tratado para la construcción del canal interoceánico, la intervención abierta en el proceso revolucionario mexicano contra Madero y después a favor de Carranza, etc.) alcanza su máximo nivel. Los intereses norteamericanos superan ampliamente a los ingleses en el subcontinente latino. La apertura inmediata al tráfico del canal de Panamá permite la comunicación entre las costas norteamericanas del Atlántico y del Pacífico: el Caribe se hace un mar interior.
Finalmente, la reacción que produce el carácter violento y agresivo de esta nueva dominación. Se desata una política de «mano dura». Constantes intervenciones armadas se producen en la República Dominicana, Cuba, Honduras, Colombia, Panamá, Haití, México, Guatemala y Nicaragua. En este último país centroamericano, Augusto César Sandino se rebela contra los marines en una durísima guerra de guerrillas que le convierte en una figura mítica en toda América. El sentimiento antiimperialista surge espontáneo, enrabiado, en todo el subcontinente sometido, como reacción ante un imperialismo evidente y manifiesto que no se esconde tras las presiones diplomáticas o económicas habituales, que se ejerce descaradamente con el envío de fuerzas militares de intervención.
Clase explotada de país explotado Y esto es lo nuevo. Porque va a determinar la toma de conciencia de los pueblos al sur de las fronteras norteamericanas, no sólo en cuanto perciben que están sometidos, sino también en cuanto perciben que están divididos. Por esa doble vertiente —doble pero estrechamente relacionada— van a empezar a caminar estos pueblos. Los dos elementos nuevos que ahora se descubren e integran van a ser:
Por un lado, el sentimiento de la humillación colonial. El antiimperialismo se va a unir, como un factor nuevo, a todo tipo de ideologías políticas y sociales. (Incluso, puede decirse que en la medida en que este factor se olvida, un movimiento es olvidado y tiende a desaparecer: ése es el caso del anteriormente vigoroso movimiento anarcosindicalista.) Lo cual tiene una singular trascendencia, porque los movimientos e ideologías iberoamericanos, latinoamericanos o indoamericanos van a diferenciarse de las ideologías y movimientos precedentes, que eran normalmente mera traducción de planteamientos europeos o norteamericanos, precisamente por el antiimperialismo, que no podía, lógicamente, caracterizar los movimientos de las zonas centrales. Los trabajadores, por ejemplo, empiezan a sentir que son, no sólo clase explotada, sino «clase explotada de país explotado».
Y, por otro lado, el sentimiento de la fragmentación del conjunto, de un conjunto que empieza a verse como «patria grande», dividida y balcanizada en beneficio de poderes que vienen de fuera.
Esta doble toma de conciencia, que aparece primero en individualidades precursoras a principios de siglo, se desarrollará en toda una generación —que deja de ser argentina, peruana o mexicana, para empezar a ser latinoamericana— en la década de los años diez, alcanzando su consagración, ya irreversible, en la de los años veinte.
La reforma universitaria Todo el terreno abonado por las distintas y confluyentes circunstancias, va a producir su primerfruto interno en el Movimiento de reforma universitaria, iniciado en Córdoba (Argentina) en 1918, cuya trascendencia, me atrevo a afirmar, sólo es comparable en los primeros treinta años del siglo con las repercusiones de la revolución mexicana. Aquí aparece una revolución «en los espíritus» que realmente acaba con el siglo XIX y pone en marcha una nueva etapa. Una generación nueva irrumpe en escena. Es el fruto del sector más avanzado de las clases medias, que se ha ido formando en las últimas décadas y que se expresa en política en los partidos radicales. Estos han roto el monopolio oligárquico que se mostraba en la pugna conservadoresliberales. El «radicalismo» no rompió el esquema estructural anterior: la realidad económica siguió siendo la misma. Pero trajo a la política un grado más alto de democratización, de participación ciudadana. Todavía las grandes masas populares —campesinas, sobre todo— no cuentan. Pero ya están presentes sectores urbanos muy considerables, especialmente mesocráticos. Símbolo de estas nuevas políticas es la Unión Cívica Radical argentina, y su máximo exponente Hipólito
Dentro de estas clases medias, recién incorporadas a la política, los sectores universitarios otean más agudamente los signos de los nuevos tiempos. A ellos llegan los temblores provocados por la revolución mexicana y, más adelante, por la revolución rusa y la aplicación leninista del marxismo. Antes del año y medio de la Constitución mexicana de Querétaro, antes de un año de la toma del Palacio de Invierno, ha fermentado en un grupo universitario especialmente sensible, en la universidad de la Córdoba argentina, el nuevo espíritu de rebeldía.
Insisto en que la fecha mexicana de 1910 y la argentina de 1918 son los hitos clave de la primera treintena del siglo XX. Si 1910 manifiesta el rechazo de lo que se ha sido hasta entonces, 1918 anuncia lo que se pretende que sea el futuro. Y los estudiantes que promueven la reforma universitaria perciben claramente su sentido: tienen conciencia —y lo dicen— de que viven una hora histórica, no anecdótica, y una hora latinoamericana, no argentina exclusivamente.
Campesinos insurgentes tras la conquista de Mallet
Los hechos muestran (¡con medio siglo de anticipación sobre el movimiento universitario que culminó en el mayo francés de 1968!) el típico inicio modesto de pura reivindicación académica, que va llenándose rápidamente de más amplios contenidos. Primero es la renovación universitaria: la apertura del centro de enseñanza superior a las nuevas corrientes del conocimiento, a los nuevos saberes, a lo que en el mundo se mueve, hasta entonces vedado para un recinto anquilosado e infecundo; el cambio en la forma de gestión colegial abriendo paso a la participación de los estudiantes —el cogobierno universitario— y a la libertad de organización y de contratación frente al Estado —la autonomía universitaria—, y finalmente el intento de acercamiento a las clases trabajadoras, que va a dar paso a la idea de las universidades populares, donde estudiantes y obreros convivan como profesores y discípulos que también aportan conocimiento de la realidad. Después aparece el trasfondo político renovador: la nueva generación universitaria se muestra antiimperialista, defensora de la unidad del subcontinente y con aspiraciones socialistas.
Con una conciencia precisa de la ocasión histórica en que viven, el 15 de junio de 1918 lanzan su Manifiesto liminar, texto programático dirigido especialmente a todos los estudiantes americanos:
«Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.»
«La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca su derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa. La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su Federación, saluda a los compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.»
(Manifiesto liminar, Córdoba, 15 de junio de 1918.)
El movimiento de reforma es acogido positivamente por el gobierno de Irigoyen. La autonomía y el cogobierno se imponen en la Argentina. Y de allí se transmite a todas las universidades americanas, sin penetrar, ciertamente, en las estadounidenses. Los mensajes, las cartas y las delegaciones circulan de una universidad a otra. Es el surgir de una nueva generación: la « generación de la reforma». Su manifestación más global se produce en el Congreso Latinoamericano de Estudiantes (México, 1921), auspiciado por Vasconcelos.
La manifestación política de una nueva generación ¿Cómo se va a manifestar políticamente esta nueva generación? Ciertamente, muchos encuentran acomodo en la sociedad que les rodea y abandonan los ideales primitivos. Pero otros persisten y llevan al terreno político comprometidamente esos ideales: visión unitaria de Iberoamérica, Latinoamérica o Indoamérica —según la terminología de cada uno—, enfrentamiento con el imperialismo —norteamericano, pero también británico en el sur— y afirmación de un deseo de cambio social hondo.
En este campo, tres manifestaciones fundamentales van a destacarse a lo largo de los años veinte, y van de la derecha a la izquierda, porque todo el espectro político ha sido afectado. Curiosamente, todos están influidos por la eficacia probada de una estrategia: la leninista. Todos buscan la creación de núcleos preparados, «profesionales de la transformación» — vanguardias o minorías selectas— que vertebren movimientos amplios de masas a su alrededor. De aquí que pueda denominarse a estos grupos como «vertebradores», tomando el término de Ortega y Gasset: no se trata de exoesqueletos que opriman a los pueblos, sino de endoesqueletos que los pongan en pie. Sobre esta base común del culto a la «minoría» movilizadora y mesiánica, las tres corrientes vertebradoras son:
— Los núcleos y grupos nacionalistas, especialmente argentinos, que reivindican la tradición hispánica y católica, con un cierto talante formal fascista. Asumen, de las tres notas de la nueva generación —unionismo, antiimperialismo y socialismo—, sólo las dos primeras, pues su posición en lo social es normalmente conservadora, con inclinaciones corporativistas (aunque algunas ramificaciones muy posteriores puedan llegar incluso a la guerrilla revolucionaria). Se rebelan contra la dominación sajona y reivindican la herencia ibérica. Aspiran a la reconstrucción de la unidad antigua, en la construcción de una nueva Hispanidad. (Acabarán identificándose con el bando nacional en la Guerra Civil española.) Algunos de sus escritores, a través de un revisionismo histórico muy elaborado, deshacen la historia oficial y liberal y se acercan a una interpretación económica, que después será utilizada por escritores marxistas.
— Los núcleos comunistas ligados a la III Internacional, los que constituyen la sección latinoamericana de la Internacional Comunista —y, paralelamente, la rama latinoamericana de la Internacional Sindical Roja—. Asumen, de las tres notas generacionales, solamente el antiimperialismo y el socialismo. La unidad del conjunto les es ajena como preocupación. Incluso, acogiéndose a su particular visión del tema de las nacionalidades, sostienen la necesidad de dividir los actuales Estados en naciones separadas según grupos étnicos. En vez de la «patria grande» predican un mosaico de nacionalidades constituidas en torno a la unidad racial de cada una. En cambio, su denuncia contra el imperialismo es constante y eficaz. Es, en este tiempo, su gran bandera de lucha. Ellos organizan, a escala mundial, el I Congreso Antiimperialista de Bruselas, en 1927. Su herencia es notable en este sentido. En cuanto a la revolución socialista, por una parte mantienen una resuelta afirmación teórica, pero por otra, en la práctica, consideran que no hay condiciones objetivas para la revolución, y sostienen —desde Moscú— la necesidad de «modestia en las aspiraciones». La Internacional, extendida en América por dos emisarios de Zinoviev, el japonés Sen Katayama y el hindú Manabendra Nath Roy, es en estos tiempos muy rígida e impone un esquema único, sin adaptación previa. A duras penas pueden desenvolverse en él personalidades como el peruano José Carlos Mariategui —el máximo intérprete iberoamericano del marxismo—, bordeando la heterodoxia y sin que se llegue a la ruptura por la pronta muerte del mismo.
— La organización «aprista» (de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA). Esta, heredera directa del Movimiento de reforma universitaria en su versión peruana, fruto en gran medida de la Universidad Popular González Prada, de Lima, asume íntegramente los tres elementos característicos de la generación reformista: unidad (defensa de la necesidad de la unidad política de América Latina, lo que significa en aquel tiempo un rasgo de valor extremo, rodeados de patriotismos de campanario que consideran estas ideas como traición a la patria), antiimperialismo (el enemigo de esa unidad y el explotador y colonizador a combatir en primer lugar es la dominación imperialista) y socialismo (tendría que llegarse a una reforma agraria sobre la base de la herencia comunitaria indígena —el ayullu incaico modernizado—, y después a la socialización de los medios de producción). El APRA, que incorpora la exaltación de la herencia indígena y lanza el término «Indoamérica», es fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre durante su exilio en México en 1924.
Estas tres líneas de acción contradictorias y en guerra civil, como movimientos vertebradores típicos de la época, asumen características comunes, diferenciadoras —sobre todo frente a los movimientos «populistas» de la época siguiente—: su origen de clase es especialmente mesocrático, aunque participan trabajadores distinguidos; su pensamiento es elaborado, amplio y sistemático;sus objetivos son de cambio total de la sociedad; su organización es casi militar, jerárquica; su liderazgo tiene el talante de este tipo de organización, no personalista, sino jerárquica; se plantean, desde la calle, la conquista del Estado, desde donde realizar su obra transformadora; y se dirigen al pueblo para adoctrinarle y educarle, con aire didáctico, no demagógico.
Por otra parte, ninguno de ellos consigue realmente el poder, ni puede, por consiguiente, probar su capacidad transformadora. Siempre hay, en el fondo de su concepción revolucionaria, un temor al desbordamiento de las masas, que «aún no están suficientemente preparadas»... o controladas.
Hasta este momento, final de los años veinte, el nuevo capítulo de la historia no ha producido un cambio sustancial en los hechos. La estructura de la dependencia permanece. Pero se ha producido el gran cambio mental: la toma de conciencia, la comprensión global y generalizada de que se está dominado (antiimperialismo), de que la unidad natural está dividida (unitarismo) y de que un cambio profundo en la estructura socioeconómica ha de producirse (socialismo). Nada de eso se veía con claridad —salvo en personalidades aisladas— cuando el siglo comienza. Ahora se ha producido el gran salto, el paso largo, el tranco decisivo. El saldo de las primeras tres décadas —especialmente de la segunda y la tercera— es irreversible.
Y, en esto, se produce la crisis de 1929
Pero todo este capítulo va a concluir, va a dar paso a otro nuevo, de características distintas, cabalmente al comienzo de la cuarta década, con los años treinta. Es exactamente en octubre de 1929 cuando el centro capitalista mundial más importante, Nueva York, sufre la crisis que provoca la Gran Depresión. El «jueves negro» (día 24) seguido del catastrófico «martes negro» (día 29), en que se hunde la Bolsa neoyorkina, provocan una serie de acontecimientos encadenados que para los países del sur van a resultar decisivos.
Todo un sistema —económico, político y social— que se asentaba en la exportación de productos primarios se viene abajo, porque las grandes potencias reducen al mínimo sus adquisiciones. Con el desplome del comercio mundial de esos productos, llega lógicamente el desplome de sus precios: se exporta menos y a precios más bajos. Hay menos ingresos y, consecuentemente, menos disponibilidades de divisas para adquirir manufacturas en el exterior. En un tercio se reduce la capacidad adquisitiva del conjunto de América Latina de 1925-29 a 1930-34.
Los contrastes del progreso La oligarquía intermediaria, que había disfrutado de los beneficios de la «paz» neocolonial, se siente herida. Una oleada de convulsiones políticas —golpes de Estado militares, revoluciones izquierdistas, caídas de presidentes...— conmueve todo el continente en los años que siguen: 1930, 1931.
Pero, al tiempo, la demanda de manufacturas, insatisfecha por la escasez de divisas, producirá un fenómeno nuevo: la industrialización por sustitución de importaciones. Con ello se da la aparición de una burguesía nacional —que produce para el consumo interno, y no para la exportación como la oligarquía tradicional— y la ampliación rápida de una clase proletaria nacional que llena los cinturones industriales de las grandes ciudades y que ahora procede del interior, de las grandes zonas rurales, no de la inmigración europea.
Fruto de la conexión y alianza coyuntural —por la Gran Depresión y después por la Segunda Guerra Mundial— de burguesía nacional y proletariado nacional van a surgir los movimientos «populistas». El más adelantado de los mismos, el varguismo brasileño, aparece como resultado inmediato de la caída de la agricultura cafetera. En Argentina, que va a producir —con el peronismo— el más destacado de los movimientos populistas, su aparición en escena se retrasa por la acción del golpe militar de Uriburu, que trata de mantener contra viento y marea el viejo sistema.
Pero todo esto es ya historia posterior. Posterior, ciertamente, pero con elementos esenciales, determinantes, que no tendrían explicación sin la siembra de las definiciones y la toma de conciencia alcanzadas en el gran paso histórico producido en los primeros treinta años del presente siglo.
Autor: J. L. R. C.