Vitrinas de Curiosidad
Lugar donde, a partir del siglo XVI, se agrupaban los objetos del mundo animal, vegetal y/o mineral. Esta idea de colección se esparció entre la nobleza, los médicos y los viajeros.
Vitrinas de Curiosidad
Lugar donde, a partir del siglo XVI, se agrupaban los objetos del mundo animal, vegetal y/o mineral. Esta idea de colección se esparció entre la nobleza, los médicos y los viajeros.
Vitrinas o Gabinetes de Curiosidad, o Wunderkammers
«Todos los hombres desean naturalmente el conocimiento», afirma Aristóteles al comienzo de la Metafísica. Este deseo, que sería propio de la naturaleza humana y que en latín se denomina libido sciendi, es una idea que conoce una fortuna particular en el Renacimiento. Allí, las ambiciones humanistas de abarcar todos los campos del conocimiento humano justifican un impulso, considerado propiamente humano, hacia el saber. De hecho, es a través del estudio y el ejercicio de la razón que uno se muestra verdaderamente digno del nombre de hombre. Este deseo de aprender, que se esforzará por nombrar y comprender, funda una cierta relación con el mundo asociada a la apropiación; sin embargo, para traducir al francés este concepto de libido sciendi, se suele elegir la palabra «curiosidad».
La curiosidad consiste, por tanto, en una forma de asombro y admiración ante la profusión de la creación divina. Es el origen de un movimiento que incita al hombre a contemplar la diversidad de formas y a buscar sus causas. Para ello, debe observar las curiosidades, es decir, los propios objetos. Por principio, lo que hace que un objeto sea una curiosidad es su carácter enigmático, extraño y nuevo, ya sea por su forma, su color o sus propiedades. Ya sea que lo llamemos «singularidad», «prodigio», «rareza», «maravilla» o mirabilia («cosas admirables»), es digno de figurar en un gabinete de curiosidades. La recolección de estas piezas notables equivale a identificar lo memorable; lo banal queda excluido a priori, a menos que sea representativo de alguna especificidad local. Estos tipos de objetos no son solo naturalia («curiosidades de la naturaleza»), un gabinete debe presentar también artificialia, «maravillas creadas por una mano humana, pertenecientes al ámbito del arte o la técnica».
La acumulación de tales objetos en un lugar cerrado corresponde a una elección concertada que delimita los contornos de las sorpresas propias de una época, al tiempo que establece una escala de gustos y expectativas. Porque estas colecciones generan viajes, visitas, intercambios, catálogos, ventas, escritos y correspondencia que inscriben la actividad de los curiosos en una red de sociabilidades complejas, tanto eruditas como mundanas. Siguiendo de cerca las modas o los descubrimientos, los objetos coleccionados pueden variar de un siglo a otro.
El origen del fenómeno de las salas de curiosidades, espacios diseñados por particulares para sí mismos y accesibles a unos pocos familiares cuidadosamente seleccionados, se remonta a mediados del siglo XVI. Comenzó a expandirse en el espacio europeo en el siglo xvii, y continuó su curso, en diferentes formas, en el siglo xviii. A partir del momento en que estas colecciones pasaron a manos de instituciones de interés público, el término «gabinete de curiosidades» cayó en desuso.
Arte y naturaleza en un solo lugar
Los primeros gabinetes de curiosidades nos son conocidos principalmente a través de grabados y catálogos publicados. Se podría considerar que hay tantos tipos de gabinetes como curiosos, ya que, en ausencia de toda teorización, cada coleccionista organiza a su antojo los objetos que ha descubierto, elegido y comprado. Sin embargo, existen rasgos comunes que permiten trazar una tipología de las colecciones en tres conjuntos, según los propósitos de los coleccionistas.
El gabinete principesco
Los príncipes son sin duda los primeros en rodearse de objetos raros y preciosos, que guardan en «guardarropas» o «gabinetes», lugares estrechos situados en sus palacios, un poco apartados de las salas de gala y no lejos de los aposentos privados. El término «gabinete» designa a veces la habitación entera y a veces solo el mueble, a menudo de factura muy elaborada, que permite guardar las maravillas en numerosos cajones secretos o detrás de puertas ocultas.
El estatus de mecenas que reivindican los príncipes les permite reunir grabados, estatuillas, pinturas, obras maestras de orfebrería, mesas de piedra dura, objetos de marquetería, espejos y esferas de vidrio, montajes de minerales, joyas preciosas o autómatas complicados, piezas torneadas en marfil de oy objetos científicos. Estas obras se realizan la mayoría de las veces con curiosidades naturales muy raras, como nautilos montados en copa, cocos esculpidos, huevos de avestruz sobre patas de vermeil, el uso de nácar, coral, esmeralda, plata, oro, o incluso cuernos de unicornio o rinoceronte... El Museo del Renacimiento de Écouen conserva piezas ejemplares de este tipo: el adorno de mesa conocido como «nave autómata», llamado de Carlos V, es un objeto decorativo, musical y matemático a la vez, o la estatuilla de plata de Wenzel Jamnitzer (1508-1585) que muestra a una Dafne en plena metamorfosis con sus brazos de coral, un material inmejorable para representar el cambio de estado del personaje, ya que el coral es en sí mismo una curiosidad que no se sabe situar, entre lo vegetal, lo mineral y lo animal. Hoy como ayer, estos objetos son famosos dentro y fuera de las fronteras y son el orgullo de sus propietarios, cuyo prestigio consolidan. Algunos se encargan expresamente para decorar un gabinete, otros son donaciones, botines de guerra o sirven como regalos diplomáticos. La composición del gabinete de curiosidades varía según la situación política y revela el prestigio y el poder de su propietario.
Junto a estas maravillas del arte, en tales contextos asociados al poder, se encuentran colecciones de armas y armaduras, todas ellas singulares, ya sean exóticas (arcos o escudos de la Nueva España, turquerías, armas japonesas), históricas (el arnés de tal rey, una armadura que se utilizó en tal batalla) o fundamentalmente únicos (la armadura de un enano, la de un gigante). Todos estos objetos tienen una historia que les confiere un aura particular.
Para instalar tantas maravillas, algunas de ellas muy voluminosas, el espacio del gabinete, demasiado estrecho, puede dar paso a una «galería» de mayores dimensiones, llamada Kunstkammer («cámara de las artes») o Wunderkammer («cámara de las maravillas») en las regiones germanas, y cuyos principios de exposición son comparables, como muestra el ejemplo del castillo de Ambras en Innsbruck, suntuosamente transformado por el archiduque Fernando de Tirol (1529-1595).
Algunas colecciones principescas también tienen animales vivos, en forma de aviario o de colección zoológica, como es el caso de Bruselas en el caso de los Habsburgo, o de Florencia en el de los Strozzi, o incluso de Praga, en el de Rodolfo II. Por último, Cosme Ier de Médicis (1519-1574) reunió una colección de objetos exóticos bastante rara para la época (capa de plumas de Brasil, objetos precolombinos mexicanos, diademas de plumas). Estas diversas maravillas constituyen un tesoro suntuario y pueden revenderse en caso de necesidad. Para evitar desprenderse de ciertos objetos considerados más excepcionales que otros, las colecciones principescas pueden declararlos inalienables, como el cuerno de unicornio y la copa de ágata con el monograma de Cristo e interpretada como el Santo Grial, declarados en 1564 piezas del tesoro dinástico vinculadas a la familia de los Habsburgo.
Viajeros, boticarios, canónigos, médicos...
Sin embargo, no todos los propietarios de gabinetes de curiosidades son príncipes; desde finales del siglo XVI y durante todo el siglo XVII, la afición por las curiosidades se extendió entre boticarios, nobles, eclesiásticos, médicos, comerciantes o viajeros, según sus recursos económicos y sus redes de suministro. Como André Thevet (1516-1590), monje y cosmógrafo del rey, Ambroise Paré (1510-1590), famoso cirujano, el médico Pierre Borel (1620-1671), el marqués Ferdinando Cospi (1606-1686) en Bolonia, el canónigo Manfredo Settala (1600-1680) en Milán, muchos de ellos constituyen con orgullo en sus casas una colección de curiosidades. El resultado es un negocio lucrativo, del que los comerciantes, que especulan con sustancias raras como el ámbar, la momia, la tulipa, el bezoar o el cuerno de unicornio, no pueden sino alegrarse.
Una de las primeras y más conocidas de estas colecciones es la del napolitano Ferrante Imperato (1550-1625). En 1599, un grabado al agua fuerte que se hizo famoso muestra su gabinete, lleno de suelo a techo, provisto de una biblioteca y visitado por jóvenes caballeros. El ejemplo de Paul Contant (1562-1629) en Poitiers muestra que, para un boticario, todo comienza con el jardín de plantas simples necesarias para su profesión, que poco a poco se enriquece con especies raras como las plantas bulbosas (tulipanes, narcisos, lirios o azucenas). Luego, a lo largo de los veinte años en los que pacientemente ha ido construyendo el gabinete, su interés se ha centrado en plantas o animales lejanos, dotados de propiedades singulares: maderas exóticas, semillas y jugos, uña del pie izquierdo del alce que se supone que cura la epilepsia, mandrágora antropomórfica, dientes de cocodrilo, murciélagos gigantes, espadón, pez sierra... Nos gusta exponer juntos despojos de todos los tamaños: pieles de serpientes monstruosas, cangrejos tropicales, picos desmesuradamente grandes como el del tucán, plumas de colores inéditos, peces voladores, flores que parecen piedras, piedras de formas singulares. Son especialmente apreciados el famoso pez rémora, pequeño pero capaz, según se dice, de detener un barco, o el camaleón y el ave del paraíso, que se supone que se alimentan de viento. Este repertorio de rarezas naturales se extiende a seres «contrarios a la naturaleza», monstruos naturalizados o en frascos, animales o humanos: gatos de ocho patas, palomas de dos cabezas, bezoares gigantes, fetos de siameses, momias... Las curiosidades anatómicas, los monstruos y los prodigios hablan de la diversidad del mundo y se interpretan como «juegos» de la naturaleza. El conjunto, vigilado por un cocodrilo colgado del techo, incorpora desde muy pronto objetos de la Nueva España, muy intrigantes por su factura (hamaca de hierba trenzada, cestería, adornos de plumas, zapatos, flechas envenenadas...). En este conjunto no limitado a la naturaleza, cada detalle es fascinante de observar, porque cada uno de los objetos plantea una pregunta al observador.
El gabinete de estudio
Recoger especímenes naturales permite observarlos y manipularlos para identificarlos y desvelar sus misterios. Por eso el gabinete no se separa de una biblioteca, de la que es en realidad la prolongación material. La presencia del objeto permite completar la consulta de tratados y los conocimientos bibliográficos. Una de las principales orientaciones de la ciencia del Renacimiento fue confrontar los conocimientos heredados de la Antigüedad con la experiencia, y luego releer los textos a la luz de los objetos. Este método de trabajo fue iniciado por humanistas interesados en la historia antigua, como Nicolas Claude Fabri de Peiresc (1580-1637): al desenterrar vestigios de la Antigüedad (frontones, inscripciones, lámparas, vasijas...), fue posible verificar conocimientos y reconstruir la historia con mayor fidelidad. Además, los grandes descubrimientos favorecen la aportación de plantas o animales que son tantos enigmas fascinantes.
Este doble movimiento, hacia lo muy antiguo y hacia lo extraordinariamente nuevo, orienta la recolección y da a la colección de curiosidades una vocación estudiosa que puede ilustrarse en todos los campos. Así, algunos profesores de medicina, como Ulisse Aldrovandi (1522-1605) en Bolonia o el danés Ole Worm (1588-1654) en Copenhague, crearon, con un siglo de diferencia, gabinetes a los que invitaban regularmente a sus estudiantes para realizar observaciones prácticas, como complemento a los conocimientos teóricos. Estos lugares suelen estar respaldados por la creación de otras colecciones destinadas al estudio: jardines botánicos universitarios y teatros anatómicos, como los fundados en Leiden en 1593-1596. El gabinete, al convertirse en un lugar académico, se considera una contribución al conocimiento práctico; es una entidad dinámica, ya que a menudo va acompañado de oficios (destilería, fundición...), talleres de producción de diferentes objetos que enriquecerán la colección. En cuanto a los sabios que se encargan de su realización, se aseguran, en vida, un renombre europeo. No solo acuden estudiantes de todos los países, sino también duques y príncipes, que a su vez la promocionan. En este sentido, algunos de ellos también habían desempeñado un papel decisivo, como Cosme Ier de Médicis, fundador en 1544, con la ayuda del naturalista Luca Ghini (1490-1556), del Jardín Botánico de Pisa y del gabinete anexo.
De esta tipología se desprenden tres funciones asignadas a los gabinetes de curiosidades: exhibición, asombro, estudio e investigación. En los siglos XVI y XVII, su utilidad, ya sea política, teológica o académica, no se pone en duda. Las posibles escenificaciones de estos lugares, así como los nombres que se les dan, reflejan la diversidad de estos desafíos.
Escenificaciones
Microcosmos
En el gabinete de curiosidades, el mundo se cuenta mediante la acumulación de huellas y fragmentos. En homenaje a Dios y a su Creación, el fervor de los primeros tiempos acumula todas las maravillas del Universo dentro de los límites de una habitación estrecha, según una lógica de muestreo. Idealmente, cada singularidad debe encontrar un lugar para reconstruir un mundo en miniatura y ofrecer una imagen inteligible. Los coleccionistas tienen la ambición de ordenar esta profusión en su desbordante gabinete, entendido como un «microcosmos», un «almacén» o un «resumen» del mundo. Aunque a veces parezca un pintoresco desorden, es para rendir homenaje a Dios y a su Creación que el lugar privilegia así las dos cualidades de la naturaleza, variedad y profusión.
Sin embargo, ¿cómo clasificar el todo? ¿Hay que ordenar las cosas según su materia, su origen geográfico, o separando los minerales de los vegetales, subdivididos a su vez en semillas, raíces, flores, frutos, gomas, jugos, etc., y luego distribuyendo los animales según otras categorías (del aire, de la tierra y del agua)? Dado que no existe una clasificación estandarizada y que las rarezas tienen la particularidad de ser, por definición, difíciles de clasificar, cada coleccionista experimenta con soluciones personales. Cada uno es, por tanto, plenamente consciente de que está creando un lugar de exposición único que pretende ser demostrativo y exhaustivo, un lugar de convergencia de los cuatro elementos, de todas las especies animales, de rarezas de todos los mundos, antiguos y nuevos: el coleccionista concibe su gabinete como un «teatro» del universo.
Un espectáculo ejemplar
Este estado de ánimo se basa en el propósito de dar una representación completa del mundo. Puede materializarse en realizaciones excepcionales, como la Tribuna de los Médicis. Este suntuoso mueble octogonal colocado en el Palacio de los Oficios resumía por sí solo el universo entero por sus materiales simbólicos cuidadosamente elegidos (minerales y maderas preciosas) y por la composición de su arquitectura. Posteriormente dio nombre a la sala que lo albergaba. Un poco anterior, el studiolo del palacio de Urbino es reconocido como un modelo para los gabinetes, aunque los objetos solo figuran en trampantojo en la marquetería de los armarios. De hecho, cada objeto representado remite a la persona del príncipe o simboliza un ámbito del saber.
El primer y único método que teorizó los principios de un gabinete de curiosidades en el siglo XVI fue encargado por el duque de Baviera al médico de Amberes Samuel Quiccheberg (Inscriptions du très vaste théâtre, 1565). Para inventariar y clasificar todos los objetos que debe poseer un buen gabinete de curiosidades, este manual toma como referencia central y como punto de convergencia a la familia principesca, a la que deben remitir todos los objetos. Se trata de ilustrar un renombre (retratos), un prestigio (objetos raros y preciosos), un poder (mapas de los territorios dominados, despojos de animales gigantescos, muestras botánicas). La puesta en escena entonces concebida se asemeja al teatro de la memoria; organiza los objetos con fastuosidad, exuberancia, pero también con elocuencia, según simetrías significativas que realzarán a su poseedor e impresionarán a los visitantes. El gabinete es también un lugar de representación de uno mismo.
Este lugar ejemplar se denomina entonces con frecuencia «museo», sobre todo si su propietario se rodea y salpica la visita de retratos de hombres ilustres, como hace, desde 1539, Paolo Giovio (1483-1552) en su villa del lago de Como. Filosofos, padres de la Iglesia, pensadores y sabios de la Antigüedad, expuestos como potencias tutelares, se supone que fundan al propietario como uno de los suyos. Sitúan el lugar en la ilustre estirpe del Museo de Alejandría, designándolo como un verdadero gabinete de las Musas, dedicado a las artes y las ciencias. Todos estos dispositivos espectaculares componen un espacio a la altura de la excelencia del coleccionista, que se exhibe a través de la ejemplaridad de sus objetos.
Sociabilidad e imágenes de uno mismo
Los gabinetes están destinados, sin duda, a ser vistos y visitados. Ninguno es de uso estrictamente privado, ni totalmente público, mientras pertenezca a un particular, el único capaz de decidir los derechos de acceso. La mayoría exigen un salvoconducto y solo se visitan con recomendación; algunos cobran una entrada. Pero todos favorecen el intercambio epistolar, las discusiones o controversias sobre un punto de física, historia antigua, botánica... Los gabinetes son lugares de encuentro y experimentación, lugares vivos donde los objetos son admirados y manipulados, a veces poniendo en peligro su integridad, como esta momia que se convirtió en polvo cuando se quiso abrir un día en el gabinete de Peiresc.
Con la expansión de las academias científicas, que sustituyeron a los gabinetes para las controversias académicas, y la especialización de los lugares que se perfila a lo largo del siglo xviii, el gabinete, microcosmos de los primeros tiempos, pronto dejó de tener sentido y pasó a considerarse fútil o indistinto. Los coleccionistas eligen ahora un campo de predilección para crear un gabinete de historia natural o un gabinete de pintura, para distinguirse en la colección de conchas o de chinerías... ¿Se puede seguir hablando de gabinete de curiosidades cuando los campos de aplicación de una colección se estrechan tanto? El hecho es que los teóricos de la Ilustración (Buffon, los enciclopedistas y Dezallier d'Argenville) desvalorizan progresivamente la figura del «curioso», un esteta caprichoso que acumula cosas al azar pero no sabe lo que busca, en favor de dos figuras consideradas más «ilustradas» y, sobre todo, más serias, el «aficionado» con una mirada perspicaz, y mejor aún el «erudito», cuyo espíritu «sistemático y razonado» es capaz, en la puesta en escena de sus tesoros, de satisfacer los placeres de la vista al tiempo que exalta las alegrías del espíritu. Con el concepto de «disposición» erudita, la teoría ha vuelto a imponerse y excluye las formas anteriores, consideradas desordenadas.
El objeto magnificado
Las primeras colecciones de singularidades memorables, reunidas en iglesias, engarzaban reliquias en ostensorios fastuosos y colgaban de las bóvedas cocodrilos gigantes o huesos de ballena, a veces considerados huesos de gigantes o dragones. Las reliquias recordaban a los fieles las valientes acciones de un santo local que los había liberado del mal y de la bestia inmunda, ahora encadenada pero siempre aterradora. Exorcizar el miedo colgándolo en la pared, inmovilizar la rareza en un estante, apropiarse de lo enigmático para domarlo siguen siendo modelos compartidos por los primeros gabinetes de curiosidades. De hecho, la puesta en escena de un cocodrilo colgado del techo sigue siendo una constante reconocible durante mucho tiempo en las exposiciones de curiosidades.
En el siglo xvii, la representación se uniformiza aún más en el sentido de una pluralidad estética que se manifiesta en los numerosos cuadros —todos muy parecidos— de los «gabinetes de coleccionistas» realizadas por Francken en los Países Bajos: las paredes, en las que se alinean cuadros de temas religiosos o mitológicos, están salpicadas de hipocampos y animales disecados, las mesas se llenan de globos terráqueos, monedas antiguas, joyas, estatuillas o conchas, mientras que los visitantes nobles compran objetos o intercambian comentarios eruditos.
A principios del siglo xxi, la museografía se apropia del modelo de la exposición abundante, que sin duda seduce por su eclecticismo anticonformista y su aparente despreocupación por las reglas del academicismo. El arte contemporáneo se beneficia de instalaciones que favorecen tanto la serialidad de la colección como la hibridación de las formas y el misterio de ciertas combinaciones enigmáticas: el castillo de Oiron dio estas especificaciones a los artistas invitados a ocuparlo, y el Museo de la Caza y la Naturaleza se inspiró en ellas. Algunas exposiciones siguen el ejemplo, sumergiendo al visitante en una penumbra que refuerza el carácter desconcertante de las elecciones e insiste en la sorpresa de las yuxtaposiciones (Bêtes off en la Conciergerie de París en 2012, Carambolages en el Grand Palais en 2016).
Al penetrar aún más en el espacio público, el gabinete de curiosidades se ha convertido en un verdadero fenómeno de moda que todo el mundo quiere apropiarse gracias a métodos que se encuentran en tiendas de decoración o en revistas. Esta deriva mercantil y decorativa responde sin duda a un gusto creciente por la exposición de uno mismo, estetizada y fuertemente individualizada, que se desarrolla a través de una patrimonialización personal no prescrita por la historia del arte. Sin duda, es a uno mismo a quien se pone en escena a través de este gusto por lo heterogéneo. Este regreso de los gabinetes de curiosidades dice finalmente a su manera el poder, en la sociedad de consumo, del objeto «culto».