Perspectivas Antropológicas sobre el Patrimonio Cultural
El patrimonio como como objeto antropológico, conocimiento e imagen de sí mismo. Legitimidad, pericia y conflicto
Perspectivas Antropológicas sobre el Patrimonio Cultural
La relación que las sociedades europeas y norteamericanas han mantenido con los monumentos y la memoria del pasado se ha basado en la relación entre un patrimonio considerado colectivo y unos grupos nacionales identificados y legitimados. Este marco ha promovido modelos de selección, gestión, conservación y transmisión de lo que hoy entendemos por patrimonio, que se han extendido a todas las sociedades contemporáneas. Museos, bibliotecas, archivos, conservatorios, parques naturales, listas de bienes excepcionales y denominaciones de origen son sólo algunas de las formas en que se mantienen y conservan las cosas del pasado. El término «patrimonio» designa así un conjunto de objetos, espacios y edificios seleccionados para encarnar los símbolos de una pertenencia colectiva presente, en particular la nación. Sin embargo, tiende a extender su imperio mucho más allá de sus fronteras originales, y la antropología nos ayuda a comprender los retos que el patrimonio plantea a las sociedades contemporáneas.
Un patrimonio en expansión
Partiendo de los tesoros arqueológicos, artísticos y naturales que los poderes políticos herederos de la Ilustración habían protegido a partir del siglo XVIII, a finales del siglo XX y principios del XX se amplió considerablemente la tipología de bienes que se pretendía proteger de la amenaza de extinción. También difundieron una ideología patrimonial de conservación y salvaguardia que superaba el marco estrictamente occidental y regio. Los conocimientos eruditos y las técnicas artesanales, las reservas fitogenéticas, las representaciones rituales, musicales o culinarias son ahora dignos de preservación, y los grupos étnicos en diáspora, las agrupaciones regionales transfronterizas o las asociaciones de ciudadanos se han convertido en actores del patrimonio.
En el futuro, la arqueología se ocupará más de vigilar el registro arqueológico que de hacer descubrimientos sensacionales. La principal preocupación del arqueólogo será preservar el patrimonio cultural y biológico de la humanidad para las generaciones futuras.
Tomando como referencia a la UNESCO, el campo del patrimonio ha evolucionado así desde los notables vestigios del pasado nacional (Convención del Patrimonio Mundial de 1972) hasta un conjunto de conocimientos y prácticas culturales (Convención del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003) que demuestran tanto su especificidad local como su humanidad compartida. Hoy en día, estos cambios se expresan a través de instituciones intergubernamentales y convenios regionales, como el Convenio de Faro de 2005, emitido por la Comisión Europea. Estos marcos legales internacionales promueven ahora actividades para la conservación de la cultura humana que se acercan más a la comprensión antropológica del concepto de cultura, compuesto no sólo por logros materiales, lugares y paisajes, sino también por actuaciones, creencias y conocimientos.
El monopolio del historiador puesto en tela de juicio
Los últimos acontecimientos están pasando página a la supremacía de la historia, como ciencia paradigmática de las actividades patrimoniales, que había dejado su impronta en el uso y la manipulación de las huellas del pasado. Durante mucho tiempo, mantuvo la distinción entre la diversidad de las «memorias colectivas» (relatos memoriales parciales, sesgados, plurales y subjetivos) y el discurso histórico (científico y neutral), que permitía invalidar las reconstrucciones espurias y establecer los valores y criterios de selección de los corpus patrimoniales considerados «auténticos». La creación de instituciones públicas y la formación de agentes especializados a escala nacional han reforzado la dimensión política del patrimonio y han contribuido a la desconexión entre el discurso y la práctica profesionales legítimos y un mundo social cambiante que desarrolla competencias y relatos patrimoniales diferentes, incluso alternativos. Pero el debate entre memoria e historia, que separa dos tipos de discurso sobre el pasado, ha dado paso gradualmente a la comprensión de una cierta relatividad en las propias narraciones históricas. Las representaciones del pasado, incluidas la historia y el patrimonio, se utilizan ahora para explorar la construcción de identidades transnacionales, nacionales y locales.
Hacia una antropología del patrimonio
La disciplina histórica ha comenzado a examinar estos fenómenos, clásicamente en términos del patrimonio nacional de las artes plásticas y la arquitectura (Poulot, 2006). La antropología, por su parte, combina las lecturas históricas con un enfoque más sensible a los márgenes, las negociaciones y la variedad de contextos. Examina a los individuos portadores de los valores patrimoniales, las prácticas normativas no institucionales y consuetudinarias que conducen a la designación del patrimonio y los efectos locales de las reivindicaciones patrimoniales. La antropología también observa el destino patrimonial de los hechos culturales que son los antiguos objetos predilectos de la etnología y el folclore (rituales, cultura popular, música, cocina, territorio, por ejemplo). La naturaleza negociada, flotante, incierta e incluso conflictiva de los procesos por los que se establece el patrimonio es también un campo que la antropología ayuda a desvelar.
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Estas características, fácilmente identificables en la literatura antropológica actual, constituyen un enfoque específico de los antropólogos del patrimonio, y sin duda tienen varias filiaciones posibles. El pasado y las referencias a la cultura como discurso de identidad colectiva o individual constituyen un campo privilegiado de la antropología social y cultural, sobre todo a través de la puesta en valor de las producciones plásticas de los pueblos no occidentales en los museos etnográficos a partir del siglo XIX y la aparición del folclore como ciencia de las culturas europeas. La literatura dedicada a la transmisión del saber religioso o a la caracterización cultural de los grupos también forma parte de una tradición antropológica que ha cuestionado el pasado de las sociedades y las formas en que se relacionan con él. El patrimonio cultural, como fábrica de memorias colectivas, forma parte de esta genealogía científica y se presenta hoy como un campo polifacético a diferentes escalas. El enfoque antropológico recurre así a herramientas ya conocidas por la disciplina, pero también moviliza nuevas claves de interpretación.
El patrimonio como objeto antropológico. Escalas y encarnaciones del desarrollo del patrimonio
Según algunos autores, los antropólogos examinan el objeto «patrimonio» desde dos ángulos: el del patrimonio y el del uso del patrimonio.
Analizar el proceso del patrimonio
El primer enfoque implica no sólo analizar el patrimonio como corpus legítimo por derecho propio, tomando su materialidad como objeto principal, sino también considerar el proceso mismo de su designación como bien excepcional. Se trata de identificar la actividad humana de selección, calificación y valorización de determinados objetos de la realidad, y de considerar los criterios de elección, las formas de legitimación y transformación de estos objetos designados para representar a un grupo. Realizada por actores en un contexto social y cultural que es necesario determinar, la actividad de designación del patrimonio permite acceder a una red de principios jerárquicos entre los objetos y lugares que el grupo distingue, y a las representaciones sociales y culturales que prevalecen en el seno de ese grupo.
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También revela las modalidades prácticas de elección de estos bienes y sus consecuencias en términos de construcción de identidades y territorios colectivos. Entre estos últimos, los procedimientos puestos en marcha primero por el Estado francés (inventario, monumento histórico) y después por la UNESCO (patrimonio mundial, patrimonio cultural inmaterial) se han convertido en prácticas paradigmáticas y condicionantes tanto a escala nacional como local.
▷ Perspectivas antropológicas sobre el patrimonio cultural inmaterial
Una docena de años después de la aprobación de la Convención de 2003 de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI), el concepto ha ganado una amplia aceptación a nivel local, nacional e internacional. Las comunidades están reconociendo y celebrando su Patrimonio Inmaterial; los gobiernos están dedicando importantes esfuerzos a la elaboración de inventarios nacionales; y antropólogos y profesionales de distintas disciplinas están formando un nuevo campo de estudio. Un interesante libro sobre las perspectivas antropológicas sobre el patrimonio cultural inmaterial fue escrito por dos profesoras de la UNAM.
Nathalie Heinich (2009) llevó a cabo una investigación sobre estos procesos patrimoniales al describir el trabajo de los conservadores del Departamento de Inventario General del Patrimonio del Ministerio de Cultura y Comunicación francés. Ella muestra cómo las decisiones que se toman a la hora de inscribir objetos arquitectónicos, artes plásticas o productos artesanales en el Inventario Nacional vienen dictadas por criterios que van más allá de los sistemas de referencia técnicos de la arquitectura, la historia del arte o la etnología. De hecho, se negocian en el seno del departamento y se interpretan individualmente sobre el terreno, caso por caso.
Los usos sociales del patrimonio
La segunda línea de análisis ya no se centra en cómo se fabrica el patrimonio, sino en los usos y destinos sociales, políticos y relacionados con la identidad de estos conjuntos de objetos calificados de patrimonio. En este caso, la antropología se centra en identificar a los actores que entran en contacto con estos objetos, desde los turistas hasta las personas que se apropian de estos artefactos. Así podemos trazar fácilmente las grandes líneas de la vida social del patrimonio cultural en cuanto entra en contacto con el gran público. ¿Qué representaciones colectivas presenta a sus espectadores? ¿Cómo se visita un monumento y cómo se recibe el discurso de los especialistas? ¿Existen interpretaciones contradictorias sobre el significado de un objeto? ¿Cómo se integra un elemento patrimonial en los relatos y las prácticas identitarias locales?
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Estas preguntas abren un rico campo de investigación que abarca los estudios sobre los públicos de los equipamientos culturales y los monumentos, los trabajos sobre los usos turísticos del patrimonio, las evaluaciones de las políticas de desarrollo económico y el análisis de las narrativas de legitimación, apropiación y reivindicación del origen o la propiedad de los bienes patrimoniales, sobre todo en un contexto poscolonial. En estos puntos, los trabajos sobre la etnología de los monumentos históricos dirigidos por Daniel Fabre y varios investigadores de su equipo (Fabre y Luso eds., 2010) muestran cómo, lejos de ser el resultado de un único proceso burocrático, la vida de los monumentos históricos está marcada por diferentes significados en función de la posición local de los actores, por usos turísticos, consuetudinarios o políticos en competencia o en armonía, y por reivindicaciones que sitúan al monumento en el centro del análisis, inscrito a la vez en su contexto local y obligado a seguir los principios globales de protección del patrimonio.
Las orientaciones de la antropología del patrimonio
La antropología del patrimonio tiene así dos temas complementarios: la creación del patrimonio y los usos sociales del patrimonio. Estos dos procesos a menudo se solapan y se entrecruzan, y además del patrimonio en sí, nos permiten interrogarnos sobre su historia social, sus transformaciones, sus actores, sus contextos y sus usos variables. Estos enfoques dan lugar a tres orientaciones principales. En primer lugar, la antropología se centra principalmente en los procesos contemporáneos tal y como se desarrollan, utilizando una perspectiva retrospectiva cuando es necesario para arrojar luz y poner en perspectiva la aparente estabilidad de los equilibrios contemporáneos. En segundo lugar, el enfoque antropológico suele privilegiar las escalas de observación clásicas de la etnografía, los pequeños grupos locales, las minorías, las diásporas, los lugares y las situaciones sociales donde se pone en práctica una actividad patrimonial (museo, asociación, monumento).
Se interroga sobre lo que tiene sentido e intimidad para los actores implicados, por lo que a veces se aleja de los grandes relatos patrimoniales de la nación explorados por los historiadores. Por último, como demuestran los numerosos estudios sobre el patrimonio de los sitios del Patrimonio Mundial o los elementos de las listas del patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO, la dialéctica entre las directivas internacionales y los contextos locales plantea la cuestión de cómo se transfieren y adaptan localmente las políticas culturales, lo que siempre es fuente de distorsiones, tensiones y malentendidos.
El patrimonio como conocimiento. Legitimidad, pericia y conflicto
La observación y el análisis antropológicos del patrimonio también implican considerarlo como un lugar en el que se construyen conocimientos específicos, por y/o para profesionales, visitantes, usuarios y aficionados. No sólo coexisten estos conocimientos, sino que estos actores también pueden cooperar o enfrentarse en torno a un proyecto que los reúne o los enfrenta en torno a un objeto patrimonial concreto.
Legitimidad en tensión
El patrimonio es un lugar en el que chocan legitimidades socialmente jerarquizadas que ponen en juego conocimientos técnicos, narrativos, emocionales y científicos sobre el objeto patrimonial. Los conservadores de un museo o una biblioteca, los restauradores de obras de arte, los arqueólogos profesionales o aficionados, los guías turísticos de un centro urbano o los habitantes de un lugar catalogado participan en una determinada relación con un objeto patrimonial. Sin embargo, la forma en que lo hacen no se basa en las mismas preocupaciones, la misma historia personal o las mismas competencias. Por lo tanto, estos actores desarrollan diferentes conocimientos y expectativas sobre los objetos patrimoniales, que forman un caleidoscopio social, cultural, político y cognitivo. En situaciones extremas, las tensiones surgen, por ejemplo, de la creación de parques naturales protegidos, que reúnen a científicos especializados en entornos naturales y a grupos que viven en la zona, con prácticas de movilidad, explotación de recursos y apegos emocionales que a veces van en contra de la preservación promovida por los parques.
También existe competencia por los conocimientos especializados en el ámbito del patrimonio cultural inmaterial, que incluye los conocimientos naturalistas. Esta categoría, recientemente promovida por la UNESCO, suscita interrogantes entre ciertos antropólogos profesionales, que a veces consideran que el proceso de patrimonialización de la cultura inmaterial borra las problemáticas sociales de las comunidades, en beneficio de una descripción parcial y de una instrumentalización política de los conocimientos y saberes implicados. Los conocimientos de la farmacopea natural de las poblaciones indígenas, sobre todo en América Latina, también se están convirtiendo en verdaderos conflictos entre las industrias multinacionales y los grupos locales, que protegen sus recursos incluyéndolos en el ámbito patrimonial.
Conflictos en torno al patrimonio
Aunque la protección del patrimonio se ha analizado durante mucho tiempo como un proceso que debe conducir a un consenso en torno a los grandes monumentos o lugares que son símbolos de la nación, la ampliación contemporánea de sus ámbitos de aplicación ha permitido a los antropólogos demostrar que el patrimonio no es un objeto neutro. Más bien, la selección de los objetos que deben protegerse y el mantenimiento de su función patrimonial constituyen una arena pública de discusión, negociación y apropiación de determinados objetos y conocimientos sobre ellos, estructurada por relaciones políticas y económicas jerárquicas y conflictivas. Ya sea promoviendo las huellas del pasado de la Gran Rusia para Vladimir Putin, condicionando las expresiones culturales de los tibetanos para el gobierno chino o, en otro sentido, exigiendo la devolución de los frisos del Partenón conservados en el Museo Británico para los griegos o destruyendo elementos del patrimonio mundial de la UNESCO para los terroristas islámicos, el trabajo con el patrimonio se muestra hoy bajo una nueva luz.
La patrimonialización es mucho más que una simple transferencia de bienes al mundo valorizador de la cultura. También crea jerarquías y diferencias sociales, económicas, culturales y simbólicas, y se convierte en la base de las estrategias que los actores individuales, las instituciones de poder o los grupos minoritarios ponen en práctica para existir en el mundo. Al introducirse en la vida cotidiana de los habitantes de un pueblo salvaguardado, en los hábitos de pastoreo de una población nómada o en los sistemas de actuación de un grupo teatral, la protección del patrimonio modifica los marcos consuetudinarios. Produce nuevos discursos sobre las identidades en los que interactúan los poderes políticos, las convenciones internacionales, la población local y los visitantes.
Basado en la experiencia de varios autores, mis opiniones, perspectivas y recomendaciones se expresarán a continuación (o en otros lugares de esta plataforma, respecto a las características en 2024 o antes, y el futuro de esta cuestión):
El patrimonio como imagen de sí mismo. Cultura, alteridad y representación
El patrimonio cultural es en este sentido un metadiscurso sobre las culturas humanas, que proporciona acceso a diferentes narrativas de la identidad cultural. Si efectivamente están en tensión en el espacio público, como acabamos de ver, las auto-narrativas del patrimonio proporcionan acceso a las motivaciones individuales o colectivas, a los papeles de actores específicos y a los contextos de expresión que facilitan la difusión de estos discursos de identificación cultural. Esta perspectiva abre tres vías principales.
El deseo de reconocimiento y el sentimiento de pérdida
La lógica que condujo a la creación de los patrimonios nacionales ha borrado en parte las alteridades internas (minorías religiosas, culturas regionales, poblaciones inmigrantes) que, en su mayoría, no entraron en la narrativa patrimonial reconocida por los Estados hasta una fase tardía. La afiliación de los patrimonios de estos grupos se basó esencialmente en el reconocimiento político de su existencia, a través de reivindicaciones, llamamientos o luchas culturales que expresaban el deseo de dar cabida a la diversidad cultural interna de las naciones. La organización política de los Estados-nación, más o menos sensibles a la existencia de diferencias en su interior, ha influido en la recepción de tales reivindicaciones: Francia y Brasil, por ejemplo, no han dado la misma importancia a las reivindicaciones de los autóctonos, separando la ciudadanía de los vínculos culturales específicos en el caso de Francia, y valorando la diversidad de orígenes étnicos como parte de su patrimonio en el caso de Brasil. Pero el acceso al estatus de patrimonio también puede basarse en una situación en la que un grupo identifica riesgos de desaparición pura y simple de elementos materiales o espirituales que considera esenciales.
Los discursos y las prácticas que apuntan al peligro de extinción de especies animales o vegetales, a la irrupción de la modernidad tecnológica y la estandarización cultural a escala mundial, al deterioro de grandiosos edificios antiguos, al fin programado de una actividad industrial o a un acontecimiento que trastorna radicalmente un lugar o un ecosistema, forman parte de lo que Daniel Fabre ha identificado como «emociones patrimoniales» (2013). Los individuos de la sociedad civil se unen, interpelan a las autoridades públicas y activan las redes internacionales para remediar un cambio estructural o la desaparición de un bien que consideran necesario conservar. Los sentimientos y reacciones que expresan estos actores se inscriben en la lógica de la pérdida sostenible, tal y como Gaetano Ciarcia (2006) describe la preocupación contemporánea por el patrimonio, que permite a una sociedad legitimar su futuro en función de lo que identifica como perdido o en peligro de desaparecer.
Empresarios del patrimonio
Las reivindicaciones del patrimonio revelan el papel central de los actores que toman la iniciativa, que entran en la escena pública y hablan en nombre de los bienes en peligro. Muy a menudo, se sitúan socialmente en la frontera entre los grupos que desean proteger estos bienes y las redes culturales y políticas que les permiten hablar más allá del grupo. A veces, sus acciones conducen a la creación de una asociación, una publicación o la clasificación patrimonial de su objeto, pero también a la creación de un museo, un sendero turístico o un proyecto de desarrollo local. Antropólogos de comunidades indígenas que luchan contra las empresas madereras, nuevos habitantes de zonas rurales que defienden la restauración de la iglesia del pueblo, músicos urbanos que recuperan instrumentos y repertorios tradicionales, estudiosos entusiastas que publican una monografía sobre su comunidad… no sólo son mediadores de una memoria o una cultura, sino también constructores de patrimonio.
Los mecanismos contemporáneos de participación en el patrimonio, sobre todo en el contexto del patrimonio cultural inmaterial o de la nueva museología, les otorgan un lugar por derecho propio, que pueden negociar o disputar con los expertos institucionales. La antropología de los empresarios del patrimonio permite estudiar sus orígenes sociales y profesionales, su trayectoria en el mundo del patrimonio y sus modos de actuación, que a menudo combinan la legitimación local de su estatus social, el diálogo con las autoridades públicas y la inventiva cultural de forma flexible y ágil, o incluso política y económicamente oportunista.
Actuación y transmisión del patrimonio
Al igual que en el marco institucional clásico, los sistemas puestos en marcha por este tipo de actores implican la puesta en escena de objetos culturales patrimoniales y una auto-narrativa, así como un deseo de transmitir el patrimonio más allá de los grupos generacionales y locales. La preocupación por la transmisión cultural es una característica de la mayoría de los proyectos patrimoniales y demuestra que el objetivo de las iniciativas de valorización cultural no es sólo la comunidad implicada en la actividad patrimonial. La sensibilización de los jóvenes, la difusión de los ideales de conservación y la defensa de una causa requieren el despliegue de estrategias educativas y pedagógicas que deben llegar a otros barrios sociales. Los departamentos educativos de los museos e instalaciones culturales responden a estas expectativas organizando festivales temáticos, ciclos de conferencias, visitas guiadas y la publicación de folletos y páginas web.
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El turismo, que se ha institucionalizado al mismo tiempo que el patrimonio, pone en marcha estos programas de transmisión y es a veces el principal medio de promoción y puesta en valor de una cultura. Los empresarios públicos y privados desempeñan un papel central en estos programas y se basan en modelos de actuación del patrimonio local que toman prestados de los ámbitos de la acción cultural, la educación, la divulgación científica, las artes escénicas y la política cultural intergubernamental del tipo de la UNESCO. Así, más allá de las condiciones de selección y clasificación de un bien a preservar, las formas en que se transmite ocupan un lugar central en el enfoque antropológico del patrimonio.
El patrimonio, una fábrica humana
Si no consideramos el patrimonio como algo dado o un derecho adquirido en las sociedades que lo adquieren, acabamos abordándolo como una construcción social del pasado en la que se realiza una representación de la cultura en el presente y en el futuro. En este sentido, un enfoque crítico del patrimonio, que pretende disipar las ideas preconcebidas sobre la moralidad, la validez y la autoevidencia de la existencia del patrimonio, aparece como discursos y prácticas reflexivos sobre el lugar del grupo en la historia, materializando y significando una relación específica con el tiempo. La antropología del patrimonio examina así dos temas generales.
Por un lado, la antropología permite revelar la dimensión social y política del patrimonio, al deconstruir el papel trascendente o moralista que desempeñan las prácticas nacionalistas e intergubernamentales, los ministerios y la UNESCO, abriendo así campos etnográficos desde los que cuestionar el patrimonio. Es necesario desentrañar los juegos del poder y de la diplomacia internacional que valorizan ciertos objetos y ocultan otros. También es posible seguir la circulación de los modelos de producción del patrimonio, que conducen a determinadas formas de presentar el patrimonio y cierran el campo de posibilidades. El enfoque antropológico analiza también las trayectorias, motivaciones y actividades de los profesionales y actores que operan al margen de las instituciones, con el fin de contextualizar mejor sus limitaciones y márgenes de maniobra. Por último, muestra cómo los ideales unificadores promovidos por las instituciones patrimoniales nacionales o intergubernamentales se combinan con la irreductible fabricación de diferencias culturales que mueve a todo grupo humano.
La antropología también expone al patrimonio al riesgo del comparatismo. El Inventario General de Francia, las listas de bienes representativos de la UNESCO, los parques naturales, los bancos de semillas y la promoción del turismo representan una diversidad de sistemas originarios del mundo occidental, pero que aún no se han comparado internamente. Sin embargo, otras formas de preservar el pasado, como los tesoros vivientes japoneses, los rituales conmemorativos de los monoteísmos abrahámicos, los relatos mitológicos de los orígenes o las memorias genealógicas de los griots, también son formas de patrimonio que ahora se combinan con los métodos occidentales. Pero lejos de separar a occidentales y «Otros» en cuanto a su relación con el pasado, las comparaciones antropológicas contemporáneas proponen, por el contrario, captar, en su diversidad no jerárquica, los gestos que permiten a los pueblos, en un contexto cultural específico afectado por la circulación globalizada de valores y herramientas patrimoniales, elegir -a veces en conflicto- los objetos que guiarán su futuro.
«Para bien o para mal, venga la inundación, la hambruna o el colapso de la sociedad, nos aferramos a nuestra historia en busca de un sentido de identidad y de aquello que nos hace humanos».
- Mackenzie Finklea ("Más allá de las salas: guía para amar los museos")
"A través de nuestros antepasados podemos ser testigos de su época. O, pensamos, puede que haya algo en sus vidas, la habilidad de un artista o de un agricultor, el afecto por un determinado paisaje, que coincida o explique algo en la nuestra. Si sabemos quiénes eran, quizá sepamos quiénes somos. Y pocas culturas han estado tan obsesionadas por la identidad como la nuestra. Tan aguda es esta fascinación por la ascendencia, que la genealogía se ha convertido en una industria. Las reuniones familiares ahogan el calendario social. Europa se arrastra con estadounidenses en busca de antepasados. Su madre, su cónyuge o sus vecinos están demasiado ocupados para hablar con usted porque están en Internet realizando «búsquedas de herencia». Hemos escalado tanto hacia atrás en nuestros árboles genealógicos que estamos a centímetros de las raíces donde dominan los primates".
- Ellen Meloy ("La antropología de la turquesa: Reflexiones sobre el desierto, el mar, la piedra y el cielo", finalista del Premio Pulitzer)